Capítulo Treintaicuatro. Retorno

Y regresamos.

Ocupen sus butacas. El telón vuelve a ser recogido. El espectáculo anuncia el siguiente acto tras un quizá-no-tan-breve interludio. "Show must go on", cantaba Freddie.

Los actores principales salen a escena. El atrezzo no ha sido modificado en modo alguno. Sigue habiendo playa. Y lluvia. Y luna llena. Y chico. Y tigre. Y grises. Claro oscuros. Toca declamar interpretando los papeles asignados.

Es 25 de Enero. El joven comienza a teclear sabiendo que no pocas personas han esperado ver cómo prosigue este portal manuscrito intimista e intransferible. No diría que el tono de un sólo fragmento pueda recoger o dilucidar el rumbo de futuras publicaciones. Rara vez logramos atinar cuando de adivinar el eventual e inminente devenir se trata. Pero entiendo que transmitir según qué emociones en este capítulo puede dar pie a interpretaciones muy dispares.

De ahí mi silencio y mi ausencia durante más de dos meses. No me gusta escribir por escribir. Por ello he querido procurarme lapso y holgura para seleccionar de forma adecuada los términos a utilizar hoy.

Podría haber dictado sentencia haciendo mención al final de un ciclo, quizá realizando odiosas comparaciones con el capítulo que cerró el año pasado este portal -Serendipia- Hablar de todo lo bueno que he aprendido y de todo lo ganado a base de experiencias los trescientos sesenta y cinco días anteriores a este crepúsculo invernal.

Asimismo podría haber reaparecido al iniciar el nuevo año; hacer hincapié en todos los proyectos que están en desarrollo, creerme la burda mentira que no pocas personas realizan cada nochevieja, de madrugada. A saber: ese intento vano de acumular propósitos en el cajón de las ilusiones al ver una fecha concreta como si la mera idea de realizar algo ya conllevara implícita la valentía, el coraje y la determinación que son necesarias para desarrollarse y llevar a cabo nuestras metas.

Evolucionar duele. Moverse cuesta. Siempre.

Pero la inacción es una epidemia común hoy día. Del dicho al hecho, hay un trecho. Pensar que lo que ayer tenía un color tenue resplandecerá junto al nuevo amanecer acompañada por supuestas y renovadas intenciones es la falacia convertida en claro autoengaño. Ojo, no me excluyo de haber vivido de absurdas ilusiones. Yo no soy ningún experto ni profeta. Mucho menos en mis propios dominios. Si ayer me considerabas un pamplinas, de seguro te lo siga pareciendo a estas horas.

He estado esperando el momento ideal y lo he encontrado en los raíles de un tren camino a complementar el que sin duda alguna será el capítulo que precederá a lo que hogaño se redacte.

Y sin más dilación, te saludo de frente, te sonrío afable y me preparo para una nueva ronda de diálogos introspectivos. Celebro tu retorno.

BIENVENIDO, TIGRE.

- Hola de nuevo, muchacho. Mentiría si dijera que no me alegro de verte.

- Y yo te diría alguna cursilada del tipo "nunca quise que te fueras", pero esas palabras a día de hoy me revuelven el estómago. Cuestión de vivencias tardías entre palabras vacías, supongo.

- Coño, empiezas fuerte; dos líneas de conversación y ya sueltas el primer guantazo en forma de indirecta directa.

- Bueno, hay niveles. Detalles. Pero no es mi intención hacer leña del árbol caído. Todo lo contrario, si no he acudido antes a ti...

- ... Es porque has sabido encontrar la templanza y la paz interna necesarias como para no tener que solicitar mi ayuda.

- Correcto. Hoy no vengo a buscar tu consejo, si no a charlar de igual a igual sobre todo lo que quisiera desgranar contigo bajo las perspectivas subjetivas de nuestro propio guión.

- Te queda mucho para hablarme de igual a igual, niñato. No te lo creas tanto.

- Creer es justo lo que menos hago a día de hoy, querido maestro. Me he vuelto reticente a las ilusiones y ferviente seguidor de los hechos factibles y demostrables.

- A otro con esa, chico. La vida te habrá hecho madurar a base de demostraciones de cruda realidad, pero un corazón no deja de ser iluso sólo porque lo golpeen. Nunca dejarás de soñar despierto.

- Digamos entonces que tengo el sueño más ligero últimamente.

- Digamos eso, pues. Y por cierto, GRACIAS.

- ¿Por?

- Por ahorrarme el topicazo de tener que pronunciarte en fechas supuestamente señaladas. Si llegas a llamarme para tratar de trazar una línea narrativa cargada de opulencia pseudoromántica-renacentista y con tintes de punto de inflexión te aseguro que no hubiese vuelto ni cobrando.

- Quizá he aprendido de forma leve a no regodearme. Ni en lo bueno, ni en lo malo.

- No es mala forma de encarar el mañana.

- Realicé con un buen amigo un símil que considero bastante acertado acerca de lo que implica concentrarse en las vivencias pasadas.

- Ilústrame.

- Apunta, que esta es buena: imagina nuestra capacidad de memorizar y atesorar recuerdos mentales y emocionales como si del espacio de un iPhone se tratara.

- ¿Tiene que ser un iPhone?

- Deformación profesional.

- Ya veo.

- Idiota. Imagina ahora todo un año, toda una relación, toda una etapa específica realizando fotos y videos de los momentos que te van marcando, tanto para bien como para mal. Recuerda entonces que el espacio disponible decrece con todo material que decidas preservar. Con el tiempo, tu dispositivo se llena. Aparecen los problemas: tu terminal comienza a no funcionar bien, se ralentiza, algunas aplicaciones dejan de actuar como deberían... El sistema está sobrecargado, podría decirse.

- Mmmm... sí. Te sigo.

- ¿Qué ocurre entonces cuando la capacidad llega a cero? Se anula la posibilidad de salvaguardar información contemporánea e inédita. Tu cámara no es capaz si quiera de realizar nuevas instantáneas. Posiblemente acabes con reinicios inesperados y con un sistema congelado. Bloqueado. Pierdes la posibilidad de conservar recuerdos recientes porque tienes la memoria repleta de vivencias pasadas. Si no vacías el dispositivo, estarás condenado a revivir una y otra vez las mismas batallas, experiencias y momentos. Como un carrete que no se extrae para ser revelado, tu cerebro acude redundante a los álbumes que ya conoce. Atraes al presente vestigios y sentimientos que fueron, pero que ya no son. Proseguir en esa tesitura te impide avanzar, te impide renovarte.

- ¿Solución?

- Obvia y sencilla para quien revienta los grilletes que nos dejan atados a las huellas reminiscentes: restauras el teléfono de cero. Extraes todos los videos y fotos, liberas memoria, ganas de nuevo control sobre el software y el hardware. No tienes porqué desechar ni borrar nada, no tienes porqué renegar, basta con extraer toda esa cantidad de información a un disco duro externo. Mi madre lo llamaba "sacar la basura"

- Llamar basura a las vivencias es del todo excesivo, muchacho.

- De ningún modo ha sugerido mi madre tal cosa, bobo. Las vivencias y los afectos que las acompañan jamás son basura, nunca. Sean positivas o negativas. Pero quedarse apegado a lo que ya es mero pasado sí lo es. No saber desprenderte de esa estela, por feliz o infeliz que te haga, por bueno o malo que sea, por traumático o placentero que te resulte, es nocivo. Tóxico como un aguijón enquistado. Y lo que se enquista se degrada, y lo que se degrada huele, y lo que huele contamina. De ahí que mi querida madre lo catalogue como basura. No puedes revivir y representar la misma cinta una y otra vez desde la misma platea.

- No es mala metáfora, lo admito. Debo entender por tanto que has realizado limpieza de tus esquemas mentales y de tus álbumes vitales.

- Correcto.

- ¿Sin desechar nada?

- Sin desechar nada, todo aporta.

- ¿Y si no desechas nada cuál es la diferencia?

- La diferencia estriba en la distancia: no poseemos como seres humanos la capacidad de extirparnos realidades vetustas y almacenarlas externamente, pero sí podemos aprender a revisitarlas o rememorarlas de modo distinto: tomando distancia.

- Alejándote de la pantalla para no quemarte los ojos.

- Touché, querido amigo. Si cada vez que se dispara una quimera mental te zambulles por completo en ella, trayendo de vuelta al presente el dolor o la alegría con la misma intensidad con la que la viviste en su momento, no logras separarte de lo que para ti implique o signifique. Tomar distancia no es olvidar ni rechazar: es aprender a contarte tu intrahistoria de una forma más objetiva, más sana, menos visceral. Alejarte no es dejar de amar u odiar, no es obviar ni repudiar.

- Descentralizas todo aquello que permanece concentrando como un conglomerado inamovible en tu fuero interno, generando así nuevos espacios a colmar y completar con anécdotas y relatos aún no materializados.

...

Es ahora que se replican que tigre y humano se aperciben de lo mucho que se han extrañado. Nadie jamás sabrá dónde anduvo el gran felino estos meses atrás. Tal detalle no será revelado ni citado en prosa alguna hasta que La Parca vuelva a visitarme.

El tigre permaneció donde el joven consideró necesario que estuviera. Ninguno de los dos se arrepiente un sólo ápice de las decisiones tomadas y de todo aquello que se entregó sin esperar nada a cambio.

El joven ha crecido. El tigre ha envejecido. El frío cala por encima y por debajo de la superficie visible de ambas criaturas. Sin embargo, no hay temblores. Ni por temperatura, mucho menos por miedos. Quedaron atrás, muy atrás, entre los amasijos metálicos de uno de esos recuerdos accidentales ya extraídos.

El dolor físico, emocional, mental y vital se van alejando con la transición de noches y días de calma y plenitud. Atraviesan nuestros protagonistas una etapa de expectación y observación. No a la espera de nada. No a la espera de nadie.

Una melodía de piano autoimpuesta (y autocompuesta, aunque tal término quizá no exista) se transmite en el viento leve que acaricia sus pieles heladas a la orilla de ese mar inventado con reflejos plateados y cielos grisáceos que invitan a la reflexión y que aportan a la escena la ya manida sensación de melancolía permanente.

Ay, dichosa melancolía. Ya lo decía Földényi: ese concepto tan manido que se instaura en los hombres que tratan de crear obras maestras o que aman sin mesura. Que lo arrancan a uno de la vida cotidiana y luego lo envuelven en sus redes. Que prometen, pero al final no dan nada.

Y es que el melancólico no se caracteriza por temer a la muerte en un momento y por desearla en otro, sino por sentir al mismo tiempo una cosa y la otra.

Sabe y se da cuenta de que el mundo es un sistema de expectativas, sin embargo, en esta situación ambigua se muestra incapaz de responder a ninguna de ellas.

Es un adicto al anhelo existencial. Es al unísono parte del mundo y un ser enajenado; dependiente sólo de sí mismo, un ser que se siente marginado y huérfano sin saber qué objetivo dar a su insaciable ambición. Vive las posibilidades y la esperanza con mayor intensidad que nadie, porque para él no hay nada que pueda realizarse, nada en qué abrigar un deseo duradero.

Si no es esta la mejor definición de nuestros queridos personajes... baje Dios y lo vea.

Tras un largo rato recreados con el horizonte, retoman el diálogo elevando su retórica trascendental.

- Bueno amigo peludo. Te he dejado en libertad ya en múltiples ocasiones, en ciudades y momentos muy dispares de mis estados de ánimo. Me gustaría conocer tu opinión sobre la posmodernidad relacional reinante en nuestra era.

- Estáis como una puta cabra todos - Y que me disculpen las cabras - Es lo que mejor se vislumbra de vuestra especie. Buscáis de forma hedonista la identidad individual, el ser genuinos, pero os refugiáis en identidades grupales que sólo velan por los intereses generales del conjunto, te guste o no. Y el mundo entero no es más que un campo de batalla entre facciones con intereses diversos, no hay diálogo, se descarta la posibilidad de hablar. Todo es un circo de poder donde el combate toma lugar sin creer que se puedan lograr consensos con el bando opuesto basados en la virtud humana de comunicarse verbalmente. El problema se produce cuando la persona olvida que por encima del consenso grupal debe prevalecer la conciencia del individuo. Sólo teniendo esa voz interior podrás discernir bajo tus propias creencias y alejarte de la masa si evidencias que el grupo o la esfera social a la que gustas de pertenecer ha cometido un error o está promoviendo ideales que chocan de forma frontal con alguno de tus dogmas.

El chico quedó perplejo.

- Joder, sí que logras extraer jugo de tus breves visitas al mundo real. Estoy de acuerdo contigo, pero no diría que ese problema que citas sea sólo actual o posmoderno: los nazis, por ejemplo, también tenían un consenso. Es un mal ancestral esa necesidad humana tan arraigada de sentirse parte de algo más grande que nuestra insignificante figura mortal unipersonal. Hay que tener mucha identidad para dejar de lado un consenso general cuando determinamos que se opone a alguno de nuestros principios. Si te fijas, no hay tanta diferencia entre tu disertación y mis cavilaciones: yo hablo de tomar distancia con los recuerdos para lograr independencia y actuar en el momento presente y tú hablas de alejarse del movimiento social escogido cuando sientes que éste difiere con alguno -sino todos- de tus valores personales.

- Exacto chico. Y para ambas cuestiones, lo primordial es tener conciencia. Y aquí me gustaría dejarte clara una cosa que quizá pueda chocarte. El universo se rige por reglas de opuestos, lo hemos debatido en otras ocasiones. Con esto quiero decir que no debe tomarte por sorpresa a estas alturas que las personas que muestran unos niveles altos de virtud y excelencia... Sean a su vez capaces de lo peor; de todo lo contrario. Y eso no es malo en mi opinión. En absoluto: creo realmente que la gente que está dispuesta a guiarse por su conciencia son esos que se han integrado mejor con su parte oscura. Y es que hay que ser un poquito monstruo para enfrentarte a la multitud. Si estás muy preocupado de caer bien y si eres demasiado evasivo al conflicto, en tal caso, vas a ceder a la primera señal de presión ¡Y nadie quiere eso! Porque si dejas que la gente te detenga impidiéndote avanzar, si eres ese que se detuvo... Ya no hay vida en ti. Es por ello, querido amigo, que siempre te he instado e instigado para que te hicieses más y más fuerte. Tienes que hacerte duro, tienes que ser duro, pero de una forma que sea controlada porque de otro modo eres una marioneta a merced de tus peores impulsos, y eso es algo terrible.

- ... Sabes dar donde debes.

- No te quites mérito. Nuestras tertulias llegan a puntos afines y a acuerdos porque tú decidiste comenzar a escucharme tiempo atrás. No puedes hacer que la gente que no escucha escuche, tienen que decidirse a ello por sí mismos. Pero uno consigue tal cosa empezando por practicar el oído; predicando con el ejemplo, mostrándoles, iniciando el diálogo proactivamente y creando consenso contigo mismo para luego generarlo a tu alrededor. Necesitamos mayor asertividad y menor adoctrinamiento.

...

Y así, quedaron sentados oteando el mar sereno. El joven permaneció en silencio ¿Para qué añadir a las lecciones de su maestro verborrea petulante decorativa? El que calla otorga, y si bien ningún melancólico queda jamás plenamente satisfecho con su obra, añadir párrafos a las meditaciones de su compañero peludo habría resultado incluso ofensivo.

Pasados varios minutos, el humano hizo desaparecer al silencio.

- Tigre.

- Dime, muchacho.

- Cada vez mis fantasmas y demonios parecen más pequeños.

- O quizá sigan siendo iguales y simplemente...

- ... Esté tomando distancia.

- ... Estés ganando conciencia.

- Alejarse de los fantasmas... Curioso. No sé porqué tengo atravesado en mi cabeza desde hace meses un trabalenguas - que escuché recitado en una película de reciente visionado, IT - y me gustaría compartirlo contigo para terminar esta quedada.

- Adelante, muchacho.

- Es un trabalenguas inglés que he traducido con ciertas variaciones para que resulte poético en español. Y dice:

"Entre medio de las brumas y las heladas más feroces.
Con las muñecas descubiertas, gritando alardes a tornavoces.
Castiga, exhausto, el poste tosco y recto.
E insiste, infausto, en que ha visto a los espectros"

- ...'E insiste, infausto, en que ha visto a los espectros'... ¿Cómo de cerca?

- Hasta hace no mucho... Encima. Ahora... Más allá de los mares plateados.

... Más allá de los recuerdos.

La escena termina. La música se ahoga, los focos se apagan, las cortinas caen, los asistentes van abandonando el teatro, las puertas se cierran.

...Y nuestros protagonistas permanecen.

Siempre permanecen.

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