Capítulo Treintaiséis. Cuestiones

"Despiértala, tigre"

Lo que son las cosas. Doce y veintiocho de la madrugada de un veintiocho de Junio. Hace justo un año escribía amarguras imaginarias sobre mi pupilo bajo la tristeza de un mal día -más bien una mala etapa, vista ahora en perspectiva- y con el resquemor de un último aliento cercano. El joven se enfrentaba a una pérdida, había claudicado ante sus miserias y, como de costumbre, de un lugar insólito y desconocido (que parece siempre albergar energía inagotable), sacó coraje -y arrestos- para admitir ante sus seres queridos que necesitaba ayuda. Que sólo, no podía.

Plasmé entonces la agonía de un espíritu malherido en un capítulo que titulé "Familia". Pocas personas se percataron de que dicho episodio terminaba con un "D.E.P." tan silencioso como significativo. Rara vez hago alusiones directas al día a día de mi chico; mezclo fantasías y certezas de manera que se hace difícil discernir qué se conjuga con parte de la lírica y qué corresponde a una buena porción de sus vivencias contextuales.

Lamentablemente, aquella esquela final no formaba parte del atrezzo artístico. El humano había tocado fondo ante las impertinencias de un sendero que hacía tiempo se había vuelto tóxico, y a ello se unió una despedida real.

Y es que para morirse sólo hace falta una cosa: estar vivo.

Aún con esas, contaba aquella redacción con un alto componente de esperanzas, ilusiones y hermosos sentimientos dedicados a sus progenitores. Se visualizó a sí mismo a los mandos de un piano de cola y ante la atenta mirada de su parentela. Los que nunca han fallado. Imaginó la composición que había creado meses atrás plasmada con la destreza de quien expresa amores entre los vaivenes de sus dedos percutiendo teclados. Sea para escribir o sea para tocar. Es una cruda realidad que la inspiración y las musas nos acogen con mayor facilidad en momentos de flaqueza.

Pero en nuestro lamento eterno convertido en prosa; entre los miles de agridulces grisáceos de la nostalgia, se entrelazan permanentes retales de superación, tesón y ciega confianza en futuras metas. Los tauros es lo que tienen, son testarudos por naturaleza, hartibles hasta la extenuación y evidentes como una risa estridente. Si están, se hacen notar. Si no están, su ausencia también se palpa.

Afán de protagonismo lo denominan algunos especímenes mediocres e inferiores.

Como relato, trescientos sesenta y cinco días han transcurrido desde aquello. Y si hago mención retrospectiva es porque, muy a mi pesar, mientras termino este prólogo ponderado, otra vida cercana está firmando su epílogo. Como en todo duelo, se rendirá respetuoso silencio. Polvo somos y a polvo vamos.

Pero hasta ahí las coincidencias. No me invoca el homínido esta madrugada para plañir por cuestiones que no albergan solución. Quiere plasmar en estos dominios tan transitados una clase muy distinta de emociones. Esa era la idea desde hace tiempo; semanas, meses, y la inesperada noticia del día no va a modificar su hoja de ruta.

Hoy no.

Como reza al inicio, me asalta el niñato de marras con una petición directa que desprende tintes de mandato. Aunque sé de qué me habla, no me gusta obedecer, mucho menos sin conocer el trasfondo de su requerimiento. Dialogamos pues.

- ¿De repente eres Dios hecho carne y debo cumplir tus designios?

- Venga va, tigre, no me jodas. No fuerces un debate para preservar tu dignidad ante el público. Sabemos cómo acaba esto, ahorremos tiempo. Ya quedó patente que no se nos da bien rellenar huecos en la trama citando a extraños o haciendo acopio de una sabiduría de cuñado que bien podría extraerse de varias búsquedas por Google y la Wikipedia.

- Sin faltar, niñato. No existe enciclopedia virtual o material que pueda transmitir tus cavilaciones tan detalladamente como yo trato de moldearlas bajo la escasez limitante del lenguaje humano.

- Admite que nos quedaron flojas las últimas apariciones.

- Hasta los mejores discos de la historia tienen canciones olvidables.

- No lo dudo, pero intentemos ceñirnos a lo que se nos da bien.

- A mi se me da bien todo, chaval.

- Incluso ser humilde por lo que veo.

- En serio chico, tu socarronería no resulta graciosa.

- Habló de putas la Tacones. Céntrate.

- "Le pidió el loco al cuerdo"...

El semblante del joven se tornó adusto.

- Ya. En serio. Despiértala. Seré breve.

El felino, fingiendo una sobreactuada indignación, accede.

- Deberías mostrar más respeto por tus figuras imaginarias. Conste en acta que lo hago porque me place y no porque lo ordenes. Y porque obviando las eventuales circunstancias, me gusta el color que desprendes. Tu aura brilla.

- Pues tiene mucho de ti. Así que ayúdame a mantenerla viva.

- De acuerdo...

"Despierta, pequeña"

Como si de un hechizo rescatado del fondo de un anciano cofre se tratara, aparece en la arena y bajo la luna llena la vivida imagen de la única niña que el humano ha considerado digna de poseer la llave de su complejo corazón. Definida en tantas otras ocasiones como un concepto vinculado a una palabra significativa -serendipia- se muestra ahora con nombre y apellidos de mujer.

La mente es una maquinaria fascinante. Tanto, que representa a la perfección hasta el más nimio detalle de aquello que el paso del tiempo debería haber convertido en un distorsionado recuerdo.

Aturdida, se percata de dónde se encuentra. En la tenue iluminación natural que la luna ofrece, la joven no alcanza a ver al humano y dirige su vista al tigre que la observa a pocos metros de distancia. Inquisitiva, reacciona.

- ¿Qué haces?

- A mí no me mires. Ha sido ÉL quien me ha pedido que te llame.

El felino hace un leve gesto con la cabeza para que la chica mire tras de sí. Su corazón no necesitaba darse media vuelta para acelerarse inmediatamente. Escuchar "ÉL", bastaba.

Al girarse, su visión busca rauda la profundidad de unos ojos marrones y la picaresca de una media sonrisa reconocible.

Finalmente. Humano y humana frente a frente. El joven tomó la delantera.

- Antes de que abras la boca, ya te respondo yo. Intuyo que tendrás numerosas cuestiones que interpelarme. Preguntas que no se resolvieron en su momento y curiosidades varias que te gustaría poder finiquitar en persona. Como bien sabes, ese encuentro no se ha producido tras un largo periodo de mutua ausencia. No pretendo insinuar con esto que me considero un protagonista omnipresente de tu día a día. En absoluto. No lo necesito. No lo desearía tampoco; mucho menos si ello supone un lastre para que crezcas como persona, avances, vivas, seas feliz...

Puedo imaginarme algunas de tus inquietudes, si es que las tuvieses, y quizá no para todas tenga una respuesta apetecible. Deduzco que capítulos de este sagrado lugar como "La locura" o el debidamente eliminado  "Felicidades" generaron dudas sobre mi figura y su promovida lealtad. Supongo que tampoco entiendes por qué mandé al tigre -en mitad de mi recuperación, tras el accidente- a velar por tu sueño, sabiendo como ya sabía que muy probablemente tu cama albergara a alguien más.

Hay partes que no pienso plasmar ni contestar. No aquí, al menos. Sí te diré que la fidelidad del tigre no entiende de posesiones ("jamás vi a un tigre enjaular a otro tigre", recitaba tiempo atrás) y que por tanto, acompañarte y salvaguardarte implica salvaguardar también a quienes decidas que te acompañen de noche o de día, a las personas que quieres y a tus familiares amados.

Su capacidad de albergar afecto en la distancia es inclusiva, no exclusiva. Y eso no supone que su amor o mi afecto sean, en modo alguno, más débiles. Mi valentía o mi osadía no conllevan irracionalidad: no lucho por ti porque si he de librar una batalla, si los seres humanos venimos al mundo con un propósito escrito, ése es el de pelear con uñas y dientes -zarpas, en mi caso particular- por nuestro propio corazón. No por el de otra persona.

Yo estoy en mi guerra, igual que tú estarás en la tuya.

Nuestros vacíos y taras, esa lluvia periódica en la cara oculta del alma, no puede ni podrá disimularse jamás bajo el paraguas de afectos externos. No existen piezas de puzzles ajenos que encajen en un dibujo que no sea el de uno mismo.

Pero no te he llamado para poner sobre la mesa asuntos más allá de lo públicamente permisible. Seré concreto y no habrá ronda para inquisiciones a posteriori. Lo que oyes; no tendrás opción a réplica. Este es mi territorio, bien lo sabes. Da igual que discrepes. Y punto. Y fuera.

Como bien ha comentado mi amado gato grande en su introducción, hace un año tuvimos la sombra de una defunción sobrevolando nuestro ecosistema. Como no hay dos sin tres, y esto de la vida conlleva sus riesgos -en ocasiones no exenta como está de una pizca de mala baba- ha coincidido que, justo como hace un año, y concurriendo con la fecha elegida para dedicarte nuevamente unas palabras, vuelva nuestra amiga de la guadaña a pasearse cercana.

Así que, más a mi favor con lo que de inmediato deseo compartir. Lo hago ahora por si mañana no pudiera. Lo hago esta noche porque no existe otro momento. Uno, dos, tres... Esos segundos que acaban de pasar mientras leías estas líneas no volverán. Por ello hipotecar nuestro tiempo no es un juego inocente. Todo cuenta. Incluso aquello que no llegamos a expresar.

Meses atrás concebí unos versículos que han permanecido ocultos y que hoy me gustaría regalarte. Se ve que lo de redactar cartas sin incluir el destinatario no es cosa inusual. Quizá lo que yo llamo ofrenda algunos lo consideren afrenta, pero no ando yo muy puesto últimamente en el negocio de agradar a todo el mundo. Ni si quiera tiene por qué complacerte a ti que las publique una noche cualquiera, de un verano cualquiera, de un año cualquiera.

Mas repito; estos son mis dominios, juegas en campo contrario al fin y al cabo. Me iré de este planeta prisionero de mis palabras y dueño único de mis silencios -no, no me voy a marchar pronto, al menos no que yo sepa. Intenta disimular la desilusión, nena-

Dulce veleta; con gusto y sin pestañear "me esclavizo" ante lo que vas a leer, asumiendo que ya lo deberías haber leído hace varios trimestres. Al menos me queda el consuelo de creer que lo percibes de manera perenne en muchas de mis disertaciones. Tómalo como una muestra de respeto a lo que tuvimos, no como una declaración de intenciones vigentes. Te habrás dado cuenta a estas alturas de la película de que mis acciones y mis emociones no siempre van de la mano. Mantuve que podría quererte sin pretenderte; desearte siempre lo mejor -"aunque lo mejor para tí pudiera ser yo"- sin tan siquiera buscarte y dedicarte mis historias sin formar yo parte relevante de la tuya.

Todos tenemos epístolas sin enviar, supongo.

Yo; por todo aquello que quede por vivir, prefiero dejar esto enunciado y visible. Con mis errores y defectos, que fueron, son y serán múltiples, creo firmemente que nada que salga realmente de un sentimiento de afecto sincero por otro ser vivo puede resultar dañino o albergar una contrapartida negativa. Siempre lo he defendido y por ello sigo y seguiré apostando que queda buena gente en este planeta; que incluso el más ruin de los especímenes que nos podamos echar a la cara puede enseñarnos algo o puede tener un momento de lucidez con el cual otorgue belleza a una historia ajena y ennoblezca, aunque sea puntualmente, la vida de otra persona.

No sé cuál será mi legado en este mundo; a ciencia cierta será irrelevante e insignificante en comparación con las dimensiones del universo conocido y/o desconocido. Pero el tigre y servidor dormiremos en mayor paz tras rugir al cielo vociferando: esta boca es mía. Esta boca fue mía.

Dicen que sólo envejecemos en los espejos y en los rostros de las personas que amamos. Celebro entonces el no verte. Vas a permanecer joven toda la vida.

Sin más...

"Letanías sin respuesta repletas de agonía se acumulan en la incertidumbre de tu ausencia omnipresente. Y en el vacío de tu presencia un espíritu de fuego indomable y subconsciente se revela predispuesto a doblegar toda triste sintonía.

Melodías de un piano en llamas sucumben al ritmo de un corazón acelerado. Y la esencia más profunda de un rugido aletargado se desata entre las garras incandescentes de quien reniega del olvido.

Como un volcán que estalla se desbordan las emociones dispuestas a presentar batalla ante las pulsiones de un reto intangible e inconmensurable, y en el choque de tales magnitudes nace una energía capaz de reventar o dar a luz una galaxia.

Es el robusto deseo avivado al calor de las dificultades que en lugar de sublevarse a las cadenas de su penitencia, destroza los grilletes que lo retienen, hirviendo la sangre incandescente en un torrente imparable de constancia y persistencia.

Mi alma combate infatigable su destino, arremetiendo con lava y magma los glaciares polares de este invierno convertido en muralla, los silencios infinitos del dolor que se nos calla.

Un poder oculto ha de ser desbloqueado desde lo más profundo del furor perdido, cual lugar inaccesible para el miedo y la derrota. Y así brota la perseverancia para seguir brindando guerra desde un aliento que hiperventila pero que no desfallece, que se crece en la adversidad de todo factor a la contra de un propósito fijado en las entrañas de un anhelo.

Una respiración entrecortada por el esfuerzo de quien no teme fallar o acertar, si no quedarse en el interrogante de no haber apostado hasta el último centímetro cúbico del oxígeno existente.

Que más vale morir luchando; y con una sonrisa de mandíbula apretada seguiré redundando en el vestigio de una idea tan ancestral como primaria, tan vetusta como incendiaria, así cual fugada presidiaria de la vida que me pretendo: ser la suma de una suma con valores infinitos; aportar y ser soporte del sudor de tus espaldas cuando puedas decaer ante los designios y adversidades de una historia legendaria llena de dificultades que se deben afrontar.

Incitarte hasta que veas en toda y cada contrariedad una nueva oportunidad real de seguir creciendo y mejorando. Hasta alcanzar cotas elevadas y casi perfectas que rocen el cielo azulado y estrellado que tanto mereces. Defender y proteger con creces hasta el último rincón de las habitaciones más oscuras del panteón fortificado de tus ilusiones y proyectos; de tu honor inmaculado.

Lejanías sin respuesta repletas de sinfonías no entonadas se acumulan en la costumbre de tu presencia omnipotente. Y en el surco de mis labios habitará del "para siempre" una canción ya predispuesta a recordar tener presente lo mucho que vales, lo mucho que puedes, tus sueños leales, tus logros vitales, lo mucho que eres... Lo mucho que quieres."

"Siempre arriba dulce veleta. Siempre arriba, serendipia."