Capítulo Tres. Habla el chico

Más de cinco años han pasado.

Nunca entendí a la bestia. Pero hoy, por fin, conseguí hacer mío su lenguaje.

No recuerdo cuándo fue que nuestros caminos se cruzaron. Pero lo que ayer consideraba erróneamente una condena -su presencia dentro de mi- hoy día me sabe a regalo divino. Sin él las cosas habrían sido mucho peores, eso es algo que he tardado en comprender. Le di motivos suficientes para desaparecer y no lo hizo. Lo enjaulé bajo llave en mi corazón y tampoco opuso fiera resistencia. Supo aceptar mis errores y permaneció conmigo incluso cuando me equivoqué. Eso es mucho más de lo que yo pueda merecer y mucho más de lo que me han ofrecido decenas de humanos... Que si te he visto, no me acuerdo. Brindo por ellos.

Al tigre lo culpé en su día, injustamente, de mis defectos ¿Intentaba quizás autoconvencerme? ¿Exculparme de mis propios malos modos excusándome en él? ¿En el pasado, en lo ya vivido, en las marcas que fui acumulando? Claro, ¿Cómo iba yo a cambiar un comportamiento que supuestamente no me pertenecía? No me correspondería a mí. Debería ser él quien templara su espíritu guerrero y destructivo. De ese modo yo, libre de toda responsabilidad, podía seguir dejándome llevar por un temperamento excesivo que, para colmo, nunca me aportó más que problemas. Son pocas las veces que recuerde en las que tras una embestida de mal humor no haya sentido la necesidad de pedir disculpas, si bien luego no lo hiciera y dejara al tiempo correr entre mis dedos, esperando que mis buenas acciones compensaran con creces la cólera infantil e intermitente.

Y aunque no creo en justicias divinas o terrenales - considero al caos el sumo creador de toda circunstancia bella o funesta - podéis creerme cuando digo, queridos amigos, que si alguna vez os faltó una disculpa por mi parte, el karma se encargó de reponer el espacio que me dispuso para un "lo siento" por sensaciones y situaciones poco placenteras. Pero que el universo conspire para bien y para mal no significa que me sienta exonerado. No significa que, una vez más, pueda mirar para otro lado y considerar el trabajo terminado. Que pueda encogerme de hombros. A verlas venir. Queda por recorrer toda una ladera empedrada; queda lucha, queda esfuerzo, quedan sangre, sudor y lágrimas.

Y es que sería absurdo, si tenemos en cuenta los acontecimientos, golpearme el pecho de forma violenta y religiosa gritando a los cuatro vientos "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa"... ¿Habéis roto alguna vez un vaso de cristal? ¿Acaso vuelve a ser igual si tratáis luego de recomponerlo? Jamás. Siempre desaparecen cientos de diminutas partículas y allá donde había forma completa, aparecen minúsculos espacios. Minúsculos espacios que hacen de la superficie agrietada y reconstruida en vano una estructura con cicatrices; marcada, débil, frágil. Puedes pedirle perdón al vaso que fue, pero no volverá a ser el mismo. Quizá jamás se pueda volver a utilizar. Seguramente, acabe en la basura. Como aquellas historias que no mimamos.

Y es que, como al vaso que bosa o estalla, le puede ocurrir a un corazón.

Pero querido tigre, hace tiempo no hablamos y no quiero que todas mis palabras suenen a lamento eterno. Nadie es bueno o malo de manera constante e invariable. Yo disto de ser santo pero tampoco me considero nada especial para bien o para mal. No soy un loco, ni un tipo raro. Sin embargo, como tal he sido definido en ocasiones -con motivos, de seguro- y ¿Sabes cuál fue el problema? ¿La triste realidad? Que me sentía tan culpable que me dejé ganar. Me lo creí hasta el fondo sólo porque había dañado algo que quería pero ¿Sabes? Nada tienen que ver las rarezas, las enfermedades mentales o la locura con tener la posibilidad de hacer daño. Porque esa posibilidad, te la tienen que entregar. Y porque a veces simplemente ocurre sin que tú te des cuenta. No hace falta ser un bastardo para lastimar. No hace falta intención. Basta equivocarse. Es algo que he tardado en comprender y he sufrido más de la cuenta hasta reaccionar; me he visto a mi mismo como un monstruo cuya única salida era desaparecer. Eliminarse por completo y empezar de cero.

Esa imagen tan distorsionada de uno mismo sólo se alcanza cuando uno no sabe quién es. Por ello las opiniones externas suponen un peso demasiado potente como para soportarlo, y caes en la trampa ¡Y claro que la opinión de alguien que amas debe tener importancia en tu corazón! ¿Pero hasta el punto de destruirte? En ese caso ya no estamos hablando de un juicio constructivo y por tanto, por mucho que duela, no sirve. Debes evitar tomarlo como una verdad universal. Por salud. Por amor propio.

¿Y cómo logras evitarlo o restarle importancia? Volviendo a los inicios.

Realizando un "back to basics" que le llaman las grandes empresas. Y sobre todo y ante todo, reforzando todas aquellas virtudes que como individuo, posees. Por que todos tenemos talentos y virtudes, todos destacamos en algo, todos somos capaces de hacer algo bueno por otro ser humano. Sólo hay que dar con la tecla adecuada. Pídele a un elefante que pase su vida intentando escalar un árbol y morirá creyendo que es un completo inútil. Debes buscar la chispa de ignición de tus cualidades y dejar que ello arda. Hacerte tan grande que los defectos que irremediablemente habemos de tener queden supeditados a la grandeza de tus dones. Que hablen de ti por tus logros y por tus buenas acciones. Que hablen por ti los hechos. Sólo así puedes conseguir no sentir verguenza por tus equivocaciones, ¿Acaso aquellos que te juzgan fueron jamás perfectos? Suéltate. Déjate llevar.

Y por cierto, NO: que elijas sentirte mal por haber hecho daño, que te nubles de manifiesta culpabilidad, de pública verguenza, no hará que sanen ni su dolor ni tu dolor. Pero que seas consciente de tus limitaciones y seas lo suficientemente honesto como para admitirlas ya dirá mucho de tu grandeza, y es el camino adecuado para no volver a cometer los mismos errores.

Cuando algo te lastima tanto que te supera tienes dos opciones: intentar odiar aquello que amaste, buscar excusas circunstanciales y mirar para otro lado... O aceptar que puedes cargar con el desamor y la derrota, hacerte responsable y aprender de tus tropiezos. El éxito espera a los que toman el segundo camino pues lucharán por no caer de nuevo en los mismos terrenos fanganosos; porque es fácil elegir el odio como reacción al odio, es fácil ser indiferente ante la indiferencia... Pero si quieres un verdadero reto y una prueba de fuego para tu espíritu, trata de responder al odio con amor, a las palabras desafortunadas con palabras de afecto y a la indiferencia con el debido respeto que se debe entregar a quienes ya no te quieren cerca: la distancia y la ausencia. La elegancia del vuelo de un pájaro migratorio y solitario.

Si eres capaz de cumplir todos estos puntos sin maldecirte y sin dejarte llevar por sensaciones más simples y comunes (ojo por ojo, leña al fuego, ira a la ira) ... Estarás logrando alcanzar la grandeza de un corazón que entiende sin reparos ni reproches lo que significa quererse y querer sin miramientos, y aunque sea más doloroso y costoso, a la larga resultará más gratificante. No te estoy pidiendo que entregues una sonrisa a quien te cruce la cara, no hablo de ser un meapilas que ponga la otra mejilla. Eso sería caer de nuevo en una baja autovaloración y señal de una falta importante de autoestima.

Todo lo contrario, lo que pido es ser lo suficientemente fuerte como para elegir paz donde el humano medio exigiría conflicto. Dejar a un lado los tira y afloja, las necesidades ególatras, las luchas de poder por averiguar quién fue menos malo. Dimes y diretes que al final no llevan a nada... Energía mal gastada que podía haber sido usada en un bien común, en metas más altas, en construir y no en destruir... Hacer el amor y no la guerra, lo llaman.

En fin, querido tigre, no te preocupes en demasía por mi. Ya me conoces, soy un maldito personaje total. Repleto de ganas de reír, de vivir, de sentir, de hacer sonreír a las personas que le rodean. Ocurre, como bien sabes, que cuando hablo de sentimientos la melancolía y la solemnidad envuelven mi voz y se podría dibujar una figura triste y gris en la consciencia de todo lector desconocido. Pero es sólo una parte del puzzle completo. Una imagen que, decidida intencionalmente o de forma arbitraria e intrínseca en mi alma, poseo. Y es que yo no puedo hablarle al mundo de éxitos descomunales, de cómo alcanzar riquezas sin fin, de cómo hacer dinero, de cómo ser el mayor galán sobre la faz de la tierra, de cómo ser poderoso, famoso, popular. Sólo puedo hablar de lo que, bajo mis vivencias, voy aprendiendo, y si en el camino y a través de mis palabras puedo aportar algo de luz, alegría, reflexión o conocimiento a algún otro ser humano, eso que me llevo a la tumba.

Agradezco de corazón a todos aquellos que dedicáis unos minutos a intentar desgranar cómo acabará esta historia de batallas espirituales y bestias imaginarias que decidí comenzar no hace mucho. De seguro habrá penurias, habrá acción, habrá comedia, tragedia, intriga, recaídas... Y es que ¿Qué sería de la vida sin todo ello?

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