Presentación

Fue un Domingo cualquiera.

No hubo mayor necesidad de grandes acontecimientos que un sueño a destiempo. Uno de tantos, diría luego. Un rostro distorsionado por el paso del tiempo, pero reconocible. Unos ojos perfilados, felinos, oscuros y penetrantes. Un maquillaje perfectamente delineado, una sombra negra que remarcaba la belleza de una mirada ya perdida entre los baúles de un subconsciente acusado de locura. 

Cinco segundos de silencio, frente a frente. Él no entendía lo que ocurría; ¿Qué estoy viviendo? Reconozco esa mirada, sé anticipar lo que sus labios van a decir, pero no tiene lógica alguna, no ahora, no así, no aquí. No ya.

Si son estos mis sueños, ¿Por qué le pertenecen? ¿Por qué no soy capaz de dominarlos?

"Te quiero."

La frase. El tono. La voz. Incluso el gesto. El casi perceptible olor de su pelo. Todo fue tan real, que despertó con una puñalada allá donde la cicatriz había tratado de ser forjada. Pero reabierta, sangraba con la virulencia del chiquillo que llora amargamente por la pérdida de su balón favorito.

De su juguete más preciado.

No hubo tiempo para dar los buenos días. Llovía; y un cielo gris saludaba en la media tarde acompañando a la melancolía de un cuerpo que, aún en movimiento, se diría inmóvil. Incluso realizando acciones como cualquier ente vivo que lucha por sobrevivir, su interior era el nido de cría de mil y un laberintos sin salida; de cadenas y candados con bloqueos tan secretos como indescifrables.

Sin dilación alguna, condujo hasta el lugar donde se había producido el nocturno encuentro. Reprodujo la situación exacta, la postura y la mirada incrédula que había interpretado en su propia ensoñación.

Lo hizo sólo para reafirmarse en que todo había sido muy vivido y realista...

Excepto ella. Ella no estaba. Delante no había nadie. Si quiera una sombra o su propio reflejo. Ni con toda la intensidad de su psique podría lograr reproducir tan irreal situación.
  
Y entonces, una voz atravesó veloz, cual bala ya fogueada, sus pensamientos:


"¿Estás seguro de querer revivir ese fantasma? ¿Es lo que realmente deseas?"

  
La respuesta no podría ser un sí o un no. Él jamás fué de síes o noes rotundos. Sus propias inseguridades lo zarandeaban entre opciones opuestas como sábana que, mecida por un viento huracanado, no puede más que dejarse llevar.

Pero sin embargo, recordó un detalle crucial: mientras ella formulaba la frase de marras, no era felicidad, deseo o amor lo que recorría su figura petrificada.

Era miedo. Era dolor. Eran ganas de correr. Y correr lejos. Incluso aunque hubiese restos de anhelo o dependencia, la sensación fue vastamente más amarga que placentera. Ampliamente destructiva. Si no en sentido físico, sí capaz de derrumbar los cimientos de la lógica de una persona ya de por sí herida e inestable.

Porque por detrás de ese 'Te Quiero' imaginario, resonaron con fuerza y casi con violencia los ecos de palabras mucho menos agradables. Palabras que habían sido escupidas tiempo atrás y que, intencionadas o no, merecidas o no, hicieron retorcerse durante meses al director de orquesta de toda esta película inexistente. Si alguien alguna vez quiso verlo caer y convertirse realmente en un ente amarrado a la irrealidad y a la falta total de cordura; si querían colgar en su cuello ahorcado el cartel de la enfermedad mental, habían dado en el clavo de lleno. Es lo que tienen las palabras, que son capaces de convertir en realidad monstruos que jamás existieron. Demonios que no deberían haber sido invocados de la forma en que fueron llamados a escena. El diablo en persona, dicen. La manipulación hecha carne.   

.

Pero esta vez no luchó. No hubo lágrimas, ni reproches, ni quejas. Abandonó la habitación donde tuvo lugar la pesadilla y bajó envuelto en mil capas de tela a la playa húmeda que había paseado una y mil veces a lo largo de su vida. Y no lo hizo sólo. Le acompañaban un buen puñado de ideas, de proyectos, de metas. 

Recordó que entre toda la maraña inservible acumulada en su desván cerebral existía una vía de escape. Una excusa. Un camino.

Escribir. Componer. Crear.

Y he aquí, queridos amigos, que reabro la Caja de Pandora; no con ánimo de guerra, si no de paz: alcanzar a través de la lucha la calma de un mar templado que recoja en silencio las gotas de una lluvia suave y pausada. 

Una lluvia que no moleste a nadie; que invite a pasear descalzo por la arena mojada de esta playa desierta y perdida. Una lluvia que disimule el caer vacío y oculto de lágrimas silenciosas. Una lluvia que cure, como si de agua bendita se tratara, y que al rozar la piel fría y desnuda vaya calmando las llagas abiertas en un juicio que nunca se deseó.

En una batalla que no quiso ganar ni perder. Una batalla que jamás quiso que se librara. 

No espero encontrar la redención en mis palabras. Ni su aceptación. Ni que sean del agrado de propios y extraños. Esta es mi terapia, no la vuestra. Esta es mi película, y difiere por los cuatro costados de la que otros os podrán contar sobre quién soy, quién fuí y quién seré.

Mi cometido aquí es continuar la historia de un reencuentro que hace años escribí y que, habida cuenta de los acontecimientos, dejé incompleta. 

Con la cabeza bien alta recojo los retos que la vida nos propone, y sin deberle nada a nadie, regresaré al punto de partida para escalar las laderas de la montaña más difícil a la que jamás nos enfrentaremos en nuestra existencia.

La de conocerse a uno mismo.

Sólo así se alcanzará la verdadera victoria. 

Invitados quedáis a disfrutar de mis derrotas, mis aciertos, mis virtudes y mis defectos.

(Aunque inicie el camino de este blog hoy, incluiré dos entradas anteriores en el tiempo por su relevancia a nivel personal. Ambas supusieron mi retorno a la escritura meses atrás, y merecen ser parte de este pequeño espacio. Y es que a veces los principios no pueden entenderse sin el pasado que los genera...)

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