Capítulo Cuatro. La Carrera

Madrugada. 15 de Febrero.

La playa de siempre. Llueve.

Aunque hace viento, no diría que la sensación térmica me produce frío. Algo me inquieta y me mantiene alerta. Teniendo en cuenta que vago en la inmensidad de una realidad paralela y en la imaginación de un joven escritor, todo aquello que percibo no son más que las sensaciones de éste. Como ya decía Paul Auster: "los escritores somos seres heridos, por eso creamos otra realidad"... Ni que lo jures. Es este mundo un carrusel que va y viene sin descanso, una lucha interminable en el caos más absoluto. El ego y el ser dándose de hostias por el podio. Una carrera de fondo sin meta conocida que presencio como mera alegoría de todo aquello en lo que el joven decide reflexionar. Soy su segunda voz, si no la primera. Soy lo que pone frente a sí cuando desea indagar en sus propias pasiones, en sus propios temores, en sus dudas, en sus anhelos. Admito que recurre a mi mucho menos de lo que me gustaría, pero desde que firmamos la tregua nuestra relación ha mejorado sin necesidad de charlas interminables. Porque de palabras está su cabeza repleta, de versiones incompletas de realidades perdidas, de humo y tinta derramada en los pupitres de una escuela vacía. Lo que necesita, lo que necesitamos, es acción. Movimiento. Pura aleatoriedad incandescente. Correr sin rumbo hasta caer agotados y sin aliento. La única manera productiva de vencer a una mente disonante: dejándola KO a base de rutinas frenéticas y noches en vela.

Efectivamente, han pasado varias semanas desde la última vez que ambos pudimos conversar cara a cara sin nadie que nos molestase y sin nada por hacer entre manos. El chico se ha impuesto un ritmo tal, que parar le resulta una pérdida total de tiempo y de vida. Rechaza el descanso porque cuando descansa, aún tropieza. No quiere dormir, está en batalla campal contra su propio subconsciente y trata de rehuir a toda costa las voces internas. Si ellas dicen negro, él hace blanco. Si ellas buscan atrás, él sólo mira hacia delante. Pero aunque sea por unas horas, aunque sea justo hoy, fecha irremediablemente señalada en su calendario emocional, tiene la necesidad de venir a verme. Y por una vez, le permitiré sin reproches la melancolía que desprende el espíritu bajo su más que reconocible figura: chaqueta oscura de tres cuartos, pantalones negros, sudadera con capucha y gorro negro. Camina despacio, con los brazos en los bolsillos de la chaqueta, apretando los puños de seguro, realizando muecas con los dientes y clavando la mirada a ratos en sus pies, a ratos en la luna reflejada en el mar.

Lo saludo antes de que pueda si quiera abrir la boca.

- Sabía que esta madrugada y no otra, vendrías a buscarme, chico. Eres sencillo como el funcionamiento de un chupete y en este refugio te sientes a salvo...

- ¿Te funciona siempre eso de hacerte el listillo, bola de pelo?

- Dímelo tú, niñato.

- (...suspiro...) Cómo voy a esperar un cambio en mi si jamás atisbo diferencia alguna en tus formas, tigre.

- No siempre un cambio de formas refleja un cambio, chico. Podría ser más educado pero seguir siendo igual de salvaje por dentro. A veces lo que se debe cambiar son los destinos, no la forma de recorrer el camino...

- Eso, para venir de un gato grande, tiene hasta cierta lógica.

- La tiene si tú decides que la tenga.

- Supongo...

- Humano, dispara ya. Yo también conozco tus formas. No vienes aquí sólo para saludar, y no eres de utilizar frases con entonación suspensiva si no hay algo que te ronde la cabeza ¿De qué se trata esta vez?

- Esperaba que fueses tú quien pusiera las cartas sobre la mesa en esta ocasión, tigre. Yo no tengo mucho que ofrecer de nuevo a la conversación.

- ¿Que no?

- No.

- ¿Seguro?

- Seguro.

- Tú estás tonto.

- Eso tampoco es nada nuevo.

- Joder, te encanta sabotearte, chico. No me creo que vengas aquí sin nada que ofrecer, esperando a que te haga saber cuántas cosas han cambiado en este medio año que acaba de cumplirse. Han cambiado tantas, y para bien, que vas a lograr enfadarme si te niegas a aceptarlo. Yo no existo para regalarte los oídos enumerando tus logros. Te recuerdo que elegí acompañarte por mera curiosidad, por ver si eras capaz de romper tus propios límites, de superarte, de crecer. No soy una puta abuela a la que acudir esperando recibir palmaditas en la espalda y un billete de cincuenta euros para comprar caprichos. Deja de quitarte méritos.

- ¿Tan malo es buscar que le regalen a uno los oídos?

- Lo es si para lograrlo te dedicas a jugar con la falsa modestia y el "bueno tampoco es gran cosa", "no es para tanto", "no soy ninguna maravilla"... Si te tiras mierda encima es normal que cualquier halago leve parezca un mundo. Al carajo chico, yo no vivo buscando la gloria que del reconocimiento externo parecéis alcanzar los humanos.

- ¿Y para qué vives tú si se puede saber?

- Yo vivo para morir. Tarde o temprano todos vamos a morir así que, ¿Qué mas da lo que hagamos? Ya que esto es un paseo, intento disfrutarlo. Triste o alegre, voy a seguir siendo insignificante comparado con el universo que me rodea, pero no dejo que ello me suponga una calamidad o algo malo. Simplemente, es. Una planta no se lamenta por ser simplemente una planta. Crecerá y buscará el sol para luego marchitarse cuando le toque. No hay más. A veces simplificar no es malo, chico. Y a ti eso te cuesta horrores, pero ¿Acaso complicar el raciocinio o el lenguaje como signo de supuesta inteligencia o racionalidad humana te está llevando a vivir una vida más agraciada y/o plena? Bien sé que no. Quizá reírse sea la opción más seria; dejarse llevar un poco, perder los papeles, hacer el idiota, mofarse de uno mismo, y sobre todo y como bien estás haciendo últimamente, llevarse mucho, muchísimo, la contraria. Deberías saber apreciar todo esto que digo sin necesidad de venir a buscarme. Cojones, básicamente por que soy un producto de tu enfermiza imaginación; si yo sé estas cosas, significa que tú las sabes. Si yo las digo, significa que tú las estás diciendo ¿A qué viene por tanto esta necesidad de discusión?

- Quizá sea que los humanos hemos dejado por el camino el don de escuchar tan de lado, que ya no sabemos ni atender a nuestro propio corazón sin utilizar excusas o pretextos.

- Quizá sea que te has metido un dedo donde no era y te ha gustado.

- ¿??¿ ¿Perdona?

- ¿Qué esperas que te conteste a tal gilipollez chico? El corazón no deja de latir jamás en vida, igual que no dejan de hablar el ego, la consciencia, los sueños o el espíritu. Al final lo que delimita lo bueno o malo de una circunstancia no es la circunstancia en sí, si no a quién eliges escuchar y a quién eliges obviar. Dime que has permanecido largo tiempo sin querer escuchar a tu corazón, dime que hiciste la vista gorda con tus sueños, dime que centraste tu discurso en las necesidades de un ego sobrealimentado, pero no me vengas con milongas pseudo románticas del tipo "ya no sé escuchar a mi corazón"... Tu corazón sigue justo donde lo dejaste, igual que me dejaste a mi, igual que dejaste tantas otras cosas que poco a poco vas recuperando. Que al corazón no quieras utilizarlo o que no hayas sabido usarlo de manera correcta es otra historia. Conoces perfectamente el lenguaje de tus palpitaciones, otra cuestión es que no sepas interpretarlo de manera correcta porque insistes una y otra vez en pasar por el filtro de la razón cuestiones que sólo se ven nítidas desde el prisma de las emociones. Es ahí donde los humanos empezáis a cagarla. Siempre. Sin excepción. Veis una estrella fugaz y de inmediato perdéis el norte intentando elegir un deseo en lugar de disfrutar del espectáculo que durante centésimas de segundo el cielo os regala.

- ...

- ¿Qué?

- No, nada. Chapó a lo que dices. Sin objeciones. Tienes razón en tantas cosas, y creo ciegamente en tu criterio. Por ello las discusiones, por ello tú. Por esto me desdoblo: por intentar descifrar de manera correcta los gritos ahogados de mi alma. Cuando tú hablas, todo parece sencillo, nítido, directo, casi ofensivamente evidente. Estás más cerca de mi propio yo de lo que jamás yo mismo estuve. Su lenguaje es tu lenguaje. Sin embargo, me cuesta hacerlo mío.

- Te cuesta porque eliges que te cueste, chico. Haces de tu mundo una especie de batalla constante porque crees que si nada te costara, de valor carecería. Pero hijo mío, tú que puedes, aprovecha esas cualidades con las cuales toda una vida podría ser para ti un juego de niños, un patio de recreo, en lugar de seguir poniéndote chinas en las zapatillas. Al final conseguirás lesionarte de verdad con tanto buscar complicaciones. Fluye.

- Me gusta esa palabra.

- ¿Zapatilla?

- No idiota. "Fluye". "Fluir". Yo mismo la utilizo mucho últimamente.

- Te recuerdo que vivo en tu cabeza, chico. Sé perfectamente que estás utilizando esa palabra. Y sé con quién. Por ello me enoja que vengas aquí con el papel muy bien aprendido de "no tengo nada que contar"... Bobadas necio, he visto perfectamente cómo vibran tus cuerdas vocales al son de nuevos vientos.

- Y de nuevas canciones.

- Nuevos vientos, nuevas canciones, nuevos retos, nuevas metas, nuevos labios, nuevos tiempos... Llámalo como quieras, pero nuevo. Creo que sólo por eso, ya me agrada más que todo lo anterior.

- Nuevo no quiere decir mejor. Distinto no quiere decir mejor. Entiende tigre que lo de ahor-(interrumpido)

- Lo de ahora es ahora y lo de ayer es ayer. Por tanto, una y mil veces, prefiero lo nuevo. Si se te ocurre intentar realizar comparación alguna delante mía, el zarpazo lo tienes asegurado.

- No estaba pensando en comparar. No he comparado ¡Si quiera he tenido tiempo de hacer tal cosa! De eso ya se encargan mis sueños, que más que sueños, considero pesadillas pues si bien no asustan, hacen daño.

- Hay que ser imbécil para dejar que una película te haga daño. Una vez más estás intentando arrojar lógica sobre lo que por naturaleza es irracional. El subconsciente no entiende de bondad o maldad. No es tu enemigo. Sólo muestra lo que le place cuando le place. Es absurdo que un día amanezcas decaído porque tu cerebro insista en traer a tu memoria historias que ya no necesitas. En vez de coger un pañuelo para secar lágrimas y tiritas para cerrar cicatrices, coge unas palomitas y disfruta del espectáculo. Y luego te ríes y te despiertas diciendo: puto loco.

- Eso me pasa por descargarme películas antiguas de páginas prohibidas que ya no debería ni visitar. Que contienen virus. Y joden el sistema.

- Chico, ser gracioso no es tu fuerte. Déjalo estar. Cambia el tercio y sigue hablándome de esa estrella fugaz que no esperabas ver aparecer y ha aparecido. Déjate de películas viejas y rayadas. Tienes algo nuevo entre manos, puedo olerlo.

- Querido tigre, no puedo contarte nada sobre aquello que desconozco. Pero admito que, efectivamente, algo nuevo se abre paso de modo imprevisto entre las pesadas telarañas del desván olvidado de mi cor-(interrumpido)

- Una metáfora más, sólo una, y te doy de hostias. Palabra. Desisto por hoy pues veo que no quieres hablar sobre ello. Es pronto quizá, te entiendo. En fin... Por una vez, y sólo por esta vez, voy a darte el gusto y acepto darte mi punto de vista ¿No querías una reflexión? ¿Que pusiera yo algo sobre la mesa hoy? ¿Que endulzara tu realidad con palabras de ánimo? Aquí tienes mi regalo de San Valentín: venías con la cabeza entre los hombros y el paso lento de quien se zambulle en sus pesares como pez en el agua y sin embargo, no atisbo ya en ti los mismos anhelos, el mismo dolor ni la misma culpa que pude percibir hace menos de tres semanas... ¡Sólo tres semanas han pasado chico! Hablas aún con la boca pequeña sobre los cambios que estás llevando a cabo pero son tan grandes que sólo serás capaz de apreciarlos cuando te des de bruces con ellos. Empezaste con la fragilidad de una rama rota y vas ya echando raíces que penetran incluso en la tierra yerma y en los territorios menos fértiles, atravesando sin piedad el corazón marchito del miedo. No hay marcha atrás y ello me reconforta, ya sólo te queda seguir o seguir; correr hacia delante con la fuerza de un toro y el fuego vivaz y alocado de un dragón que, inesperadamente, se ha cruzado en tu camino. Aprovecha este empujón, acelera, disfruta el viento que ahora te sopla a favor, coge impulso, y joder, si esto es una maratón sin retorno, si no hay meta conocida, si quedan más kilómetros por delante que los ya recorridos...

¡SACA LAS PUTAS CHINAS DE TUS ZAPATILLAS!

No me quejaré si en el camino te lastiman, si tropiezas, si te empujan, si te adelantan o si tomas un atajo equivocado. Pero sí pienso gruñir y arañar si insistes en buscarte solito lesiones y pretextos. En el camino habrá piedras, así que protege bien los pies, enfúndate las mallas de correr y sal a ganar.

Al fin y al cabo, es tu carrera. Nadie la va a acabar por ti.

Entradas populares de este blog

Agradecimientos (I)