Capítulo Trece. Suma

Calurosa tarde de Septiembre.

Mi chico comienza a escribir en el asiento de un tren hacia un destino que ni sus propios padres conocen.

Con música en los oídos, un tanto inquieto tras haber dormido poco y mal, va haciendo recapitulación y análisis no ya de los últimos tiempos, si no de su vida en general.

Pensativo, ve atardecer, pegado a la cristalera, rumiando en positivo y en negativo (quizá más lo segundo que lo primero)

Sabe que de este viaje dependen muchas cuestiones de importancia, y que puede suponer un punto de inflexión en el devenir de su historia. Que si bien el futuro no existe, hay condicionantes que se deben encarar para poder superar lo antes posibles aquellas situaciones que, lamentablemente, todos debemos padecer de vez en cuando.

Recuerda fugazmente la última vez que viajó en AVE, pero elimina de un zarpazo mental la idea en milésimas de segundo. El pasado, pasado está.

El chico no está cómodo. No está especialmente triste, pero tampoco alegre. Tiene una sensación anudada al pecho, latente, desagradable, que nubla en ocasiones su razocinio y que turba su casi inexistente tranquilidad.

Tiene tantas preguntas sin contestar, que deberá hacer limpieza mental: desechará muchas de ellas porque en ocasiones no se pueden lograr respuestas por uno mismo. En otras, porque mejor es no preguntar ni interrogar. Descartes, silencios y omisiones que ayuden a aligerar la carga en el trayecto.

Y por trayecto, no me refiero al contextual viaje en tren.

En realidad si hago balance, admito tener también algún que otro interrogante en mi felina cabeza. Nunca muestro debilidades ante el muchacho, pero ello no significa que no haya cuestionado si mi proceder ha sido siempre el correcto. Si podría haber dado un consejo mejor, un aviso, una directriz más acertada.

Me gustaría haberle preguntado al muchacho tantas cosas...

Si lo hubiese avisado de que esta historia sólo iba a lastimar, si lo hubiese alertado de que, como todo fuego que arde, acabaría por quemarse, ¿Aún así habría entrado de cabeza o me habría dejado olisquear el terreno a mi primero?

¿Me habría permitido guiarlo en la ceguera, en la oscuridad, en mitad de la noche, en el silencio y cuando nadie estuvo a su lado?

¿Habría confiado en mi antes de saltar desde un rascacielos sin paracaídas?

Entre tanta locura e insensatez, cuando el veneno invade por completo su cabeza, cuando la tristeza lo dejó roto en la que no era su cama... En las profundidades de su desesperación...

¿Podría yo testificar a su favor para devolverlo a la vida?

Todas las preguntas que formulo van dirigidas al chico, pues sólo en él existo y sólo a él me debo, pero si pudiera dirigirme a algún lector externo, tengo claro a quien cojones me dirigiría. Y sólo preguntaría:

¿POR QUÉ? ¿QUÉ NECESIDAD HUBO?

Pero por el chico, y sólo por él, me contengo. No quiero que recurra a un ego desmedido para superar esto. No quiero que haya rencor, ira, odio... violencia. Merece paz, y sé, mal que me pese, que no permitiría acusación alguna contra nadie a quien él pueda tener respeto, afecto, cariño... Si revierto a negativo lo que él desee mantener sólo lograré descubrir en él esa sensación de impotencia y angustia que convierten al bueno... En cruel.

Y el mundo no necesita más crueldad ni más juguetes rotos.

No vino a hablar conmigo para decidir si realizar este viaje, cosa la cual me llena de orgullo: se ha aventurado completamente solo. Su decisión queda superlativamente por encima de las ganas de decir que no a todo, de encerrarse y de lamerse a solas las heridas.

Esta vez, dijo sí con la premura de quien se juega más que una vida a secas: se enfrenta a las condiciones adversas en pos de una vida feliz.

Que la felicidad son momentos, pero que mejor acelerar el proceso para llegar a ellos. La maquinaria no para. Por nadie. Por nada.

Entre tanta neblina, no todo es gris. Mis creencias distan de ser divinas, mis deidades no viven en las nubes, pero sí debo admitir que la raza humana, que de maldad está repleta, cuenta con notables excepciones. Personas que pueden asemejarse a lo que los homínidos denominan como "ángeles".

Aún existen seres que creen y viven por y para causar el bien a otros seres. Y que yo diga esto sorprende, tan seguro como estaba por desconfiar en todo bípedo homínido, por criticar sus bajezas y cataduras morales, por detestar sus juicios, sus formas, sus leyes.

Pero igual que el chico aprende y evoluciona, yo crezco. Y en esta ocasión he salido gratamente sorprendido de haber confiado.

Por una vez, estar equivocado ha resultado una alegría.

El chico ha atraído a dos ángeles a su vida. Cada uno en su forma y manera, estan ensalzando la figura de quien JAMÁS debió dejarse avasallar. Están resultando un refuerzo positivo. En resumen suman, no restan.

Y considero que, con complicaciones, diferencias y posibles malentendidos, todas las especies deberían intentar lo mismo con sus iguales: aportar y no restar.

No es tan difícil, de hecho, si no quiero aportar algo positivo a otro ente, simplemente mejor no aparecer, no entrometerme, no prometer en falso. ¿Para qué? Puedo seguir mi camino obviando a quienes sepa que no voy a poder aportar enseñanza positiva alguna. Puedo elegir desaparecer sin daños ni perjuicios. Sin sangre.

¿Para qué rematar y destrozar aquello que no deseas cuidar y/o admirar?

No gano nada, no ganan nada. Diría que todos pierden, pero sería un razonamiento necio y muy sesgado: pues yo o gano, o aprendo. NUNCA PIERDO. Y para quien no lo entienda así, considero que puedo aportar más con mi ausencia... que con mi presencia.

La toxicidad es siempre voluntaria, y se convierte en totalmente innecesaria cuando las personas que te hablan no tratan de lastimarte.

Y en ese estado, con nuevos guardianes y retos, el tren arranca.

La ilusión no se encuentra entre las emociones del joven que quiere ser un hombre: se marcha porque debe. Lo hace porque debe. No con la esperanza de un mundo nuevo, de encontrar el santo grial, la panacea, el nirvana, o el puto tornillo que le falta. Se va a enfrentar sólo a la aceptación de su propia historia, y no va a cambiar ni un ápice de lo vivido, sentido o elegido: va a REFORMULAR sus entelequias. Que los fantasmas se conviertan en bellas obras de arte. Sinfonías, películas y cuadros que no alberguen dolor. Recuerdos que no sepan amargos. Amarguras que no sigan lastimando.

¿Que si sufre? Está sufriendo, no os lo niego. Mucho. Pero no hay drama. No hay trauma, no hay derrota. Y por ello podrá disfrutar en el viaje de momentos de risa, descanso y salud. Que coger el toro por los cuernos es importante, pero que si te bailas un par de temas agarrado a él y le vacilas, tampoco nadie va a llevarse las manos a la cabeza.

No debe perderse el humor, y si bien la sonrisa escasea, no le ha desaparecido del todo. No debe, por nada.

Su autovaloración y autoestima pueden haber caído, pero no a los niveles del pasado. Sabe lo que vale, sabe lo que quiere, y no va a ceder lo que tiene.

A eso la suma, como dije, de agentes externos. Que volver a cantar, a hablar de amistad, de belleza, de proyectos y promesas, no le supone en absoluto un problema. No hay miedo a conocer, no hay miedo a conocerse, no hay miedo a confiar y a que confíen. Y graba a fuego ese concepto.

NO

HAY

MIEDO

Y volverá. El viaje acabará, regresará junto a sus seres queridos, agradeciendo y agradeciéndose. A los ángeles, al devenir, a sí mismo.

No mucha gente sabe que mi chico está por volar lejos, muy lejos. Pero las distancias físicas en nada suponen un distanciamiento emocional si uno así no se lo propone.

No se logra la libertad saltando de una jaula pequeña a una jaula más grande. Se logra desde dentro. Siempre dentro.

No se juzga la realidad, se debe tratar de describir sin añadir adjetivos, pues si muy importante es cómo le contamos nuestra propia historia a los demás, tanto más relevante es cómo nos relatamos nuestra propia vida a nosotros mismos.

Si no nos respetamos en el mundo interior, difícilmente hallaremos respeto fuera.

Y es por este punto, por la falta en ocasiones del necesario autorespeto, que agradezco como anteriormente citaba la aparición de seres solidarios, altruistas, genuinos, un tanto diferentes, que olvidándose de sus propios pesares aparecen de la nada para elevar al chico, para situarlo donde realmente se merece estar.

Para ayudar. Para comprometerse. Para abrazarse.

El tren alcanza velocidad estable. La constancia es un valor imprescindible en este viaje hacia delante, siempre hacia delante. El recorrido da para conversar a corazón abierto con quien le acompaña. Los días venideros afianzarán el cometido principal sin olvidar los secundarios. Lo que de aqui nazca, no será olvidado. Lo que no se olvida, jamás desaparece. Lo que no desaparece, nos acompaña. Lo que nos acompaña, nos define.

Y sería grato ver al humano definirse por almas como las mencionadas.

Sois dos ahora, pero no soís los únicos. Está la familia, está su hermano. Están sus amigos. Estoy yo.

Merece la pena luchar por reconstruir desde los cimientos todo aquello que fue agrietado.

Y paso a paso, llegaremos a destino.

Cae la noche. La climatología es agradable, pero más seca de lo que acostumbra a rodearnos. El joven respira con la tranquilidad de encontrarse a miles de kilómetros de donde no logra respirar con calma.

Va a empezar de cero, sin ser un cero.

Jamás lo fue. Nadie lo es.

Y quien así haga sentir a otro ser, bien merece una condena escrita con sangre entre mis pezuñas.

Y así como somos, así como fuimos... Avanzamos.

Chico: inicializa tu vida, pues el final no lo podrás dictaminar. Revitaliza tu alma, que de su ser dependerá tu caminar. No cambies, no huyas, que del dolor una verdad reforzarás.

Vuelve a apostar por tí mismo. Ya lo hiciste el año pasado, y no nos fue tan mal.

Hagamos que las palabras nos ayuden a aceptar los hechos. Hagamos que los hechos, merezcan la pena.

Que prosiga la suma.

Entradas populares de este blog

Agradecimientos (I)