Capítulo Diecinueve. Serendipia (I)


Conversación verídica:

"- Yo sé que te voy a querer siempre, serendipia.
- Eso me lo han dicho ya tantas veces...
- ¿Y nunca deseaste que alguna de ellas...fuese real?"
[...]

No voy a mentir. Esperaba la visita del chico hace tres noches. El último día veinte del año. Desconozco las medidas temporales de los humanos, pero parece ser que los bípedos tienden a realizar balance de sus vivencias anuales por estas fechas. Y eso, en ocasiones, no es todo lo agradable que pudieran desear.

Ha llegado el frío invernal, y con ello el humano aparece aún más oculto entre ropajes, bufandas considerablemente grandes, guantes, gorros y capuchas. Para ser un tipo de buen ver, tiende demasiado a esconder su figura y su rostro. Una pena.

¿Han leído el inicio de este capítulo? Dejó muda a su receptora. Y es que, si algo tuvo y tendrá el idiota de marras, es la capacidad de sorprender. En ocasiones para bien, en otras para mal. No se acierta siempre.

Mi chiquillo anda melancólico. Aunque, en honor a la verdad, diremos que nunca le hicieron falta fechas señaladas o momentos concretos para salvaguardar en su mirada un perenne halo de añoranza. Es esa cara oculta y misteriosa la que, en no pocas ocasiones, le da su punto.

Estamos donde siempre, cómo no. La playa de marras. El temporal de marras. La lluvia de marras. Se supone que los felinos debemos detestar este tipo de inclemencias climáticas. A mi me encantan. Rarezas que tiene uno. Hijo de su creador, dirán.

El joven mira al horizonte, de pie, viene con música en los oídos. No para visitarme, no para pedir consejo o parlamentar. No ofrece discusión alguna. Viene simplemente a estar. A compartir un momento de ausencia y soledad conmigo.

Aún colea el recuerdo de los últimos acontecimientos por estos lares. Entiendo que, si como todo hijo de vecino el humano está realizando una retrospectiva de los últimos doce meses de su vida, le pudiera salir la cuenta un tanto negativa.

¿Pero sería ello justo? ¿Sería real? ¿Sería toda la verdad?

Ni por asomo.

La verdad de cada uno es un preciado tesoro al cual nadie, salvo uno mismo, puede tener acceso. Lo que uno muestra, lo que uno cuenta, lo que uno escribe, lo que uno dice, lo que uno expone ante el público puede en no pocas ocasiones ser mera falacia. Ser sólo la zona no cubierta por agua de un inmenso iceberg.

Y si algo tiene inmenso este chico... Es su mundo interior.

¿Sorprendidos por la trilogía anterior a este capítulo? No se asusten. Perro ladrador, poco mordedor. Fue una vomitera explícita, sí. Estuvo cargada de dolor, sí. Fue un riesgo innecesario contar tal batalla, sí. Pero también hubo valentía. Tanto para exponer una herida abierta al escarnio público como para lograr, no sin ayuda, vencer al odio.

Y eso es lo que queda, al fin y al cabo. Da igual cuanto gritara, golpeara, llorara o sangrara: el humano no sabe odiar. Ni quiere saber. Tampoco lo necesita realmente para seguir adelante. Si hubo guerra, si hubo violencia, si hubo oscuridad, fue consigo mismo. Y por eso quizá, lo que ocurre dentro de uno, en uno debe quedar. Se puede dar lugar a malas interpretaciones.

A todos nos ocurre: en no pocas ocasiones, no sabemos situar adecuadamente las historias que vivimos, las personas que nos dejan huella, los recuerdos que se distorsionan con el paso del tiempo. No saber cerrar un círculo suele provocar más sinsabores que cerrarlo de mala manera.

El humano necesitaba reventar, en prosa, en verso, en cursiva y en negrita ¿Acaso no nos hemos cortado todos alguna vez? ¿Quién no ha tenido alguna herida en su cuerpo? Hay llagas que duelen, que pican, que tardan en sanar... Pero uno no deja de ir a trabajar, o a clase, o a entrenar, o deja de salir con los amigos por un puto rasguño o porque duela una muela. Uno no deja de sonreír por tener una herida. Sí; la quemazón está ahí, en ocasiones molesta, es más evidente de lo que nos gustaría, pero no por ello se queda el alelao de turno inmóvil, observando su tirita o su costra día tras día mientras el reloj ve pasar las horas. Lo normal es dejar que cicatrice en movimiento. Seguir a otra cosa mientras cura el despunte. Si quedará marca o no, dependerá de lo profunda que haya sido la tajada... O de las veces que una mano llena de uñas decida arrancar la postilla, en un acto en ocasiones tan reflejo como placentero. Que de masoquismo, también entiende un rato la peña.

No olviden tampoco: esto es literatura. Ok, de la mala, no me ofende que disguste, nunca fue mi talento la corrección política ni la excelencia historiadora o histórica. Cuento en la distancia desde una ausencia miope. Si se distorsionan las intenciones o se produce una disrupción evidente en las lógicas de este autor, entiendan que lo versado trata de plasmar pensamientos. Y es reto de altura controlar el mundo de las ideas. Es difícil lograr soñar lo que uno desea y es difícil desear lo que se sueña. Que las pesadillas, también son sueños. Nunca lo olviden.

Y sobre todo, es difícil, en ocasiones, tratar de reinterpretar ciertas situaciones desde otros puntos de vista para darle a las historias el final digno que se merecen ¿Cómo amar algo que te daña? ¿Cómo convertir un vestigio que te agria el corazón en algo bello?

A más ardua la tarea sea, mayor será la lucha interior... Pero esa lucha, en última instancia... Es hermosa. Es el conflicto eterno entre razón y corazón, entre el bien y el mal, Dios y Satanás, el día y la noche, el fuego y el hielo. En ocasiones no puedes decidir porque no puedes definir: y te quedas a media asta, bailando entre dos aguas. Y en esos espacios indecisos, es donde el miedo, las dudas y la locura hacen su Agosto.

Por eso el humano se destroza una y otra vez contra sí mismo en reuniones privadas cargadas de contiendas imaginarias: quiere preservar los buenos recuerdos como lo que deben ser; pequeños momentos de belleza infinita repletos de ternura. No quiere que la distancia o el paso del tiempo hagan mella en todo aquello que decide salvaguardar. Porque dejar a la sombra una vela, no significa querer apagarla o querer desdibujar el calor de su llama para que se asfixie en la oscuridad: dejar a la sombra una vela crea luz en las sombras. Y aunque uno no vuelva a mirar atrás, sabe que brilla.

Como esa Luna que siempre permanece... Aunque nadie la observe.

Y así podría deciros, queridos lectores, que yo no entiendo de años, de meses o de calendarios. Entiendo de momentos. Vivo de momentos. Me nutro de momentos. Y de esos, hemos tenido para dar y regalar este año: buenos o malos, todos aportan. Todos enseñan. Y eso al final te curte y te nutre. Incluso a la fuerza o con desgana. Por tanto, en primera y última instancia, podría deciros que...

Soy feliz.

Feliz porque sé que, quien quiere, sabe leerme entre líneas. Y en quien no necesita mayor explicación, habrá y hay paz. Para quien no pueda seguirme el ritmo, reduciré la marcha: no todo conflicto tiene que desembocar en una guerra violenta. No toda lágrima es una muestra de debilidad. No todo es lo que parece, aunque lo parezca todo.

El joven ha sufrido porque tenía que sufrir. El joven ha luchado porque decidió luchar, ¡Nadie lo obligaba! Quiso permanecer porque quiso y quiere seguir creyendo. Porque sólo hubo violencia cuando un mal recuerdo intentó tambalear el único concepto que no abandonará jamás y que jamás permitirá que le toquen:

Serendipia.

Esa palabra hecha mujer que define un hallazgo afortunado e inesperado que se produce mientras se está buscando otra cosa distinta. Es la palabra que marca el año; que lo cierra, que lo anuda y lo envuelve como un regalo que se deposita en el corazón. Día a tras día, mañana tras mañana, noche tras noche, la palabra permanece. Es el motivo que lo impulsa, y el motivo por el cual sería capaz de dar la vida. Da cuerda a sus retos y reta a su cordura.

Fue el inicio y el fin. Es el viaje que busca viajeros. Una conexión profunda y poderosa que va más allá de las palabras o los hechos. Una fuerza de un calibre tal que no puede ser redefinida ni reinterpretada de manera alguna. Inamovible.

Las palabras pueden confundir, los mensajes pueden desvirtuarse, los corazones romperse, las personas enfadarse, los amantes perderse... Pero los conceptos son eternos y universales. No hay ni habrá historia que pueda modificar el significado de una palabra, la etimología de dicha voz no puede variar según nos plazca, y eso es lo que puede convertir una historia corriente de personas corrientes en algo que prevalezca más allá de sus propias emociones.

Todos podemos recordar acompañantes, amistades, parejas, familiares, lugares o vivencias a través de los recuerdos y de las sensaciones a ellos ligadas... Eso está al alcance de cualquiera que no haya perdido el norte. Pero poder decir que un concepto te va a recordar de forma sempiterna a otro ser vivo... Eso es algo que supera al humano medio y que convierte un querer en amor, y una historia... en leyenda.

Y si para colmo unimos a ese vocablo una luna llena, una playa concreta y una lluvia infinita... obtenemos un cuadro digno de ser expuesto en el museo más universal del planeta: el corazón embravecido de un hombre enamorado.

Sé que aquello que las personas definen como amor es una sensación que implica dedicación y un intento, en ocasiones exagerado, de alcanzar la perfección o de resultar excesivamente relevante en la historia de otro ser que no es uno mismo. Y que el ego puede llegar a doler si uno siente que la magnitud no es correspondida o no se aprecia en la misma medida en el objeto amado. Así que permítanme disculpar a mi hombre si en no pocas ocasiones ha cometido o ha de cometer errores. Nunca fue perfecto, jamás lo será, y jamás debió intentar haberlo sido. Aprender a conocer sus limitaciones y a frenar sus impulsos es también parte de este viaje. Porque en ocasiones, el mero hecho de amar, no lo es todo. En ocasiones hay que ofrecer otras salidas. Otras respuestas. Quizá el silencio. Quizá atardeceres a oscuras entre las dunas de mil desiertos lejanos.

Pero no quiero terminar hablando de los defectos que de forma necesaria todo ser vivo debe poseer en mayor o menor medida. Si he querido hacer valer esta carta es para que se entienda que, incluso en mitad de las guerras más invisibles y secretas que uno pueda llegar a librar, incluso en mitad de la nada, incluso a solas en esta habitación una noche cualquiera... Mi hombre, el hombre al que quiero dar vida, el hombre al que quiero ver crecer cada día y el hombre que quiero llegue a ser... Sigue creyendo en conceptos que van más allá de los hechos o las palabras, y que en última instancia, por básicas que en ocasiones pudieran llegar a ser sus reacciones... Sólo alberga buena fe y buenos sentimientos para con el mundo, por doloroso que a veces éste resulte. Sigue pensando que todo trozo de madera puede llegar a ser un hermoso violín. Eso no lo hará mejor o peor que nadie... Pero es lo que le hace ser él mismo.

Igual que un hallazgo fortuito e inesperado siempre será una serendipia. Ocurra lo que ocurra. Pase lo que pase. La belleza de un instante que no fue buscado ni perseguido, jamás desaparecerá en la memoria que, como todo, con el tiempo envejece. Por ello, escribir es hacer eterno todo aquello que pueda resultar efímero en comparación con la longitud de un universo. Y el chico, osado en no pocas ocasiones, desea que sus pretensiones prevalezcan muy por encima de sus probabilidades de éxito, de sus ofrendas o sus torpezas. Quiere igualar al universo con un universo que lleve tu nombre. E inventarse un cielo que sustituya al cielo cuando tú no estás.

Y es que contigo arriba, siempre arriba... Serendipia.

Y poco importa lo que elijas creer del joven ayer, ahora, mañana... No espera una palabra de aliento, una retribución o un abrazo imaginario por describir lo que simplemente es. No debe existir recompensa alguna por tratar de plasmar la realidad. Ni espero convencer a quien no albergue esperanza en que aún existan este tipo de promesas. Cada uno tiene su propia verdad, y esta es sólo una de ellas. Ni mejor, ni peor.

Tú puedes seguir escogiendo, cada día, la verdad que te aporte mayor felicidad, pequeña. Y eso no será jamás algo que se pueda reprochar o juzgar. Nadie debería ser capaz de juzgarnos salvo nosotros mismos. Nadie debería ser capaz de hacernos llorar, sabiendo que tiene el poder suficiente para hacerlo. Es por ello que realizo este pequeño inciso para declarar: PERDÓN. Lamento si te hice llorar. Lamento si no he sabido hacerlo mejor en no pocas ocasiones. Y lamento si alguna de estas palabras, aunque traten de ser bellas y sinceras, se te clavan en algún momento al ser releídas. Deseo que te remuevan tanto al leerlas como al mi al escribirlas.

Como último detalle y como muestra del profundo interés en hacer que estos momentos queden atesorados como únicos y relevantes, te informo: además de todo lo que he podido expresar hoy, y de todo lo que pueda expresar en el futuro... He borrado de este lugar el octavo capítulo titulado como "Princesa" - Ahora "Eliminado" - Porque de nada serviría hablar de tus virtudes si crees que es algo que puedo expresar por cualquiera.

Lo que por ti nació, no tuvo ni tendrá comparación, serendipia.
Nada ni nadie te hace sombra, y siento no haber hecho esto antes.

Espero y anhelo de corazón que veas respeto y afecto en cada párrafo; un cariño incontestable que deseo, jamás cese. Incluso cuando carezca de sentido, incluso en el peor de nuestros días, incluso en lo más nefasto de este mundo, en el llanto, la tristeza o la agonía, la distancia... Te seguiré queriendo. Y siempre querré imaginarte con una sonrisa perfecta. Siempre te pienso alegre... Siempre te pienso.

Se ha desnudado un alma en esta prosa y como lees... te pertenece.

Así quede por escrito lo que del humano siento, sin medias tintas ni posibilidad alguna de manipular el mensaje. Y dicho esto, no tiene más que ofrecer que libertad. Siempre volaste libre como una dulce veleta, y siempre podrás hacerlo. Porque si las personas entendieran que no se compran... jamás se venderían.

Yo no te compré. Por eso no te vendo.

Siempre tuyo, serendipia.

"Te quiero. Te queremos."

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