Capítulo Veintiuno. La Locura

Querido, necesitado y amado tigre:

Te escribo esta carta desde un lugar que conoces perfectamente y bajo un temporal repleto de sensaciones agridulces que trato de apaciguar. No creo que sea coincidencia que diluviara anoche en Málaga... ¿Será que nuestros pesares son capaces de provocar tormentas allá donde todo parecía estar en calma?

Se inicia la madrugada de un veinte de Febrero, y me maldigo por no haberte escrito el martes pasado mientras me quedaba perplejo ante la inmensa belleza de una estructura iluminada por cientos de luces incandescentes. Te hablo de la Torre Eiffel. Te hablo de París. Y quisiera decirte que por bello que pueda recordar el momento, más bella recordaré por siempre la compañía. Pero nada es eterno.

Me gustaría haberte liberado en mitad de Notre Dame, tan sublime de noche como de día, y que hubieses arañado levemente una estructura maciza tras sus puertas que rezaba:

"Via viatores quaerit"

Pero lamentablemente, dicha ornamentación de piedra ya no existe. Anhelo considerarlo una señal en realidad positiva: creo que si estaba cuando anduve perdido y no está ahora que viajo acompañado será que el camino que me buscaba se hizo realidad en forma de unas manos que entrelazan las mías y que no desean soltarme. Será que bastó una pregunta -"¿Tú eres real?"- para provocar una casualidad que dio motivo a las ganas de caminar, viajar y ver mundo.

Me gustaría haberte escrito desde las sábanas de hoteles con encanto, bajo ciudadelas que forman parte muda de la historia de nuestro gran continente.

Me gustaría haberte disfrutado cuando daba de comer a otros animales que habitan nuestro mundo, y haber compartido contigo las risas que he provocado... Y que me provocan.

Me gustaría haberte escrito mientras moría de amor eterno en un baño de espuma y romance. Cuando la paz inundaba cada poro de mi piel y mi alma.

Me gustaría haberte llamado a escena bajo la atónita estampa que provoca la Grand Place de Bruselas encendida de noche.

Me gustaría que hubieses visto nevar por primera vez. Que te hubieses emborrachado conmigo en un bar cualquiera de Gante o Brujas. Que hubieses descubierto estructuras escondidas y casi olvidadas en los bosques de Dinant. Y que hubieses imaginado, como yo lo hago, mil historias al ver un coche abandonado, textos peculiares en un poste de la calle que hace esquina y nadie atiende, un banco repleto de musgo o un atardecer a las espaldas del León de Waterloo.

Ojalá te hubiese avisado mientras llovían fuegos artificiales y un castillo mágico se iluminaba con los protagonistas de nuestra más tierna infancia.

Pero no lo hice. Fui egoísta contigo. Estaba tan centrado en que todo saliera bien que no te di tu merecida oportunidad para disfrutar instantes de tal intensidad y magnitud que han iluminado zonas antes desconocidas de mi propio ser.

Y ahora, cobarde, recurro a ti una vez más, buscando el amparo de quien, incluso cuando no lo merezco, permanece.

Y es que, lamentablemente, sigo cometiendo errores de bulto, querido tigre. Y me aterra la posibilidad de que mis equivocaciones como ser humano desvirtúen toda la ternura de una semana espectacular.

Pido tu consuelo y tu atención porque solo no puedo. Pido consejo porque este camino ya no trata solo de mí. Quiero evolucionar por algo que merece la pena preservar y cuidar.

Necesito tu coraje para aceptar mis limitaciones sin caer en la flagelación o la compasión. Necesito un esfuerzo real por no desdibujar quien realmente soy a ojos de los que de verdad importan.

Alguien querido me dijo hace dos días que mi problema es que no me doy cuartel: que no puedo hacerme responsable de llenar en invierno todas las piscinas del verano. Que eso agota a cualquiera.

Y al agotarme, bien sabes que aparecen actitudes que para nada quiero que me definan.

No quiero que me tengan que perdonar la vida para seguir amando. No quiero sentirme así, ni pensar que realmente mi locura no es toda intensidad y fantasía en el sentido positivo que deseo.

No es mi naturaleza herir, y por ello hiere tanto el haber herido. Que de heridas, entendemos un rato.

No es mi intención agachar la cabeza avergonzado, o llorar días seguidos como un crío la falta de consideración que no supe tener como hombre. Quiero una consecuencia que conlleve la sanación completa del dolor que haya podido causar.

No quiero conformarme con la lágrima que muestre arrepentimiento, si no con la sapiencia de quien ha aprendido la lección de sus infortunios.

Algo más real que un "lo siento" debe ser un "nunca más".

Aquí me tienes tigre, en la noche fría de mis llagas, buscando impaciente respuestas a preguntas que nunca quise formular y que sólo se resuelven con simplicidad y tiempo.

Tiempo... El mayor enemigo de un alma agobiada que desea sentirse bien de nuevo.

Gracias por escucharme una vez más sin juzgarme, y por entender cuánto pesan los tropiezos que cometo en el camino que supone vivir.

Exijo respuesta, que no quiero más inscripciones solitarias en latín sobre la piedra fría: amo el camino que llevo meses recorriendo y no pienso dejarlo escapar entre las rabias de un incidente tan puntual como pasajero.

Pondré todo mi empeño en que así sea.

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Querido, alocado y estimado chico:

Lo primero comentarte que el resfriado aún me dura, y que de seguro forma buena parte del dolor de cabeza que hace días no sueltas.

Quiero hacerte saber con el párrafo anterior que sí estuve. Que me nevó hasta en el más minúsculo de los bigotes y que bebí vino en un italiano de Givent o en el Castel Café de París hasta hacerte hablar balbuceando.

Que comí un ramen delicioso años después en Namur o que vi a la pasión abrirse camino entre duchas con leds y falsas batallas en el suelo que acabaron entre risas y besos.

No te vengas abajo que eso ya nadie te lo quita. Nadie os lo quita.

Estuve allí, igual que estaba cuando en soledad conociste la inscripción latina de Notre Dame por primera vez.

Estuve entonces y estuve ahora cuando deseaste media hora más para poder charlar sentados en el suelo de la segunda planta de la Torre Eiffel.

He estado desde que tuviste la idea hasta que compraste guantes y camisas térmicas pensando en aquello que adoras.

No te dejes obnubilar por el dolor, que tal penuria es una muestra más de cuánto amas: si no lo hicieras, no te pesaría tanto equivocarte. Hay belleza en tu sincera tristeza, porque es solidaria y palpita, cuando duele, por alguien que no eres tú mismo.

No voy tampoco a darte una palmadita en la espalda y decirte que todo está bien. Si la cagas, la cagas. Pero por supuesto tienes mi apoyo incondicional para no volver a transitar estas arenas movedizas. Cuanto más las remuevas, más te hundirás.

¿Te afecta que hablen de tu locura? Muchacho, ¡Si no fuera por tus peculiaridades, quizá yo no existiría! Jamás pidas perdón por tu particular demencia, porque sin ella no existirían tampoco las rosas en traje, las ideas disparatadas o las sorpresas más inverosímiles.

Tu locura te hace ser quien eres, y te da ese punto tan especial sin el cual, no serías tú mismo. No interpretes como defecto una de tus mayores cualidades. Quien no sepa apreciarlo así es que no te conoce realmente.

¿Puede un mal momento hacer palidecer las luces de días insuperables? Lamentablemente sí, puede, hijo mío. Pero no puedo juzgarte por no ser perfecto. No puedo señalarte con el dedo mientras despotrico contra tu persona, ¿Acaso no lograría hacer el mismo daño si mientras te culpabilizo de mi dolor te acuso de maldad o de no ser quien decías ser? Caería en devolver lo que no quise recibir, y por ello perdería mi autoridad moral. Si respondo con fuego al fuego no puedo esperar no quemarme yo también.

Pero en tus palabras finales veo el deseo real de aprender y superarte a como cueste, y eso es ya una señal de fortaleza mucho mayor de lo que imaginas.

La paz y la plenitud son en ocasiones caminos tortuosos, y el perdón que necesitamos no está tanto en los demás como en uno mismo.

Si eres capaz de perdonarte, podrás perdonar. Y si tanto quieres luchar por ese precioso camino que recorres, no pierdas el tiempo entre tormentas y espigones: sal a lograr la redención donde se debe; en el terreno de juego, en el día a día, en la sonrisa sincera, en el afecto.

Te llevará tiempo, pero no te agobies: la confianza es un honor que te será entregado si muestras tesón y constancia.

Si has cometido una inmadurez crecer es el camino, no encogerte sobre ti mismo haciéndote más y más pequeño.

Y recuerda: nada que salga de un corazón puede ser malvado.

Úsalo cuando pierdas la templanza pues no es tu dulce locura la que te ha provocado estas desavenencias: es el miedo a perder algo que te importa. Es la falta de control en el nervio que posees. Bocazas.

Siendo tú mismo, nada que realmente valores perderás.

Sal ahí fuera y demuestra cómo de loco estás. El mundo necesita de más chalados por amor.

Y tú no necesitas de mis palabras para enamorar. Que hablen tus acciones y corra el reloj.

Descansa, muchacho... Y suéñala como ella desea que la sueñes:

En el infinito amor que prevalece.

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