Capítulo Veintisiete. Juguemos


Hacía un viento de cojones.

Podría haber dejado el coche en punto muerto y se habría aparcado solo... Eso o se habría empotrado contra los muros de la Playa Chica o Punta Paloma.

Sí; estamos en Tarifa.

Aquí me hallo. En una playa que recordaba haber divisado meses atrás... años atrás... Pero de nuevo, como ya ocurrió en Madrid, el humano me deja salir a campar a mis anchas por el mundo real. Piso arena de verdad. Huelo el mar. Escudriño al homínido.

Lo observo a él antes de otear el horizonte. Lo noto distinto. Sigue siendo el mismo idiota, pero algo se acerca. Algo grande se viene. Como si pudiera predecir la hora y el lugar exacto en el cual una ola enorme lo va a sacudir todo hasta transformar en algo diferente el panorama actual. De seguro a mejor. Esa es la sensación que percibo.

Rememoro conceptos que tan trascendentales debieron ser en su momento y que comienzan a cobrar sentido ahora, hilando las madejas del rompecabezas que supone el devenir del joven: la importancia de cómo nos contamos nuestra propia historia, la importancia de entender qué fue antes, la gallina o el huevo.

Y es que... ¿La química genera pensamientos o los pensamientos generan química? ¿Dónde nace y dónde muere el bucle?

Y entonces el joven toma las riendas, valiente, y asume que hay norias de las cuales es mejor bajarse, que ni recorriéndolas hacia delante o hacia atrás van a cambiar ¡Que era mucho más sencillo saltar del diminuto habitáculo que no paraba de girar sin avanzar! Pasemos a otra atracción y veamos qué puede ofrecernos el resto del parque de recreo y ocio.

(Ipso facto, se me viene Disney a la cabeza como una instantánea fugaz cargada de alegría y energía positiva)

Recuerdo títulos de libros aún no leídos, como "La mecánica del corazón", y libros que debo de releer como "El lobo estepario"; aparece como una imagen sagrada en mitad de la memoria un imponente piano de cola, huelo el aroma de cenas para dos a la luz de las velas, y saboreo en el paladar vacío trozos de bizcochos que sólo degusté en un viaje rumbo a África meses atrás. Recupero el sentir la nieve caer en mis hocicos al norte de Europa, el brazo de un hermano amado apoyado en el hombro del chico, de seguro camino al cine. Revivo miles de horas de música, mis zarpas empiezan a danzar en sintonía de canciones que he disfrutado en noches y mañanas interminables de pura orgía musical y vital. Olisqueo tabacos de liar en playas/coches en calma bajo el pretexto de mil y una conversaciones interesantes o cómicas, amargas o intensamente bellas.

Se endurecen los músculos al visualizar las miles de horas y esfuerzos dedicados a machacar el cuerpo días, semanas, meses...

Reincorporo todos y cada uno de los abrazos y muestras de cariño, aplausos y reconocimientos recibidos en los años de trabajo. Analizo la evolución, pongo en la balanza todas las veces que se ha dado la enhorabuena, que se ha felicitado al muchacho, que se le ha puesto como ejemplo de gran profesional.

Visito la senda de las pérdidas y las derrotas, pero desde una perspectiva positiva, entendiéndolas como parte necesaria de este crucigrama de caminos entrelazados. No se gana sin perder. Ensayo y error. Ensayo y error.

Abrazo el amor que siente el humano por sus seres queridos y detecto ausencia total de apego, dependencia o temor.

¿Qué está ocurriendo? ¿Qué me he perdido? ¿Está el humano reconociéndose a la inversa, desaprendiendo, desandando el camino, reconduciéndose, para volver a encontrarse consigo mismo?

¿Y qué es ser uno mismo?¿Alguna vez dejó de serlo?

Y todo este vendaval de sensaciones me sobreviene de golpe en cuestión de milésimas de segundo. Por fin logro aterrizar en el mundo real y lo veo: el humano.

Es él, pero no es él. Busco aliados, amigos, caras conocidas. Nadie. Está solo. Pero contento. Me hace aspavientos desde el agua y me sonríe... ¡Pero sonríe de verdad! De hecho diría que me está... ¿Retando?

- ¡Que sí imbécil, deja de hablar con los de fuera y hazme puto caso, te estoy pidiendo que te metas en el agua conmigo y veamos quién le hace más ahogaíllas a quien!

Una de dos, o éste se ha pasado con la dosis de pastillas o vuelve a tontear con las drogas.

- ¡Gilipollas, que puedo oírte, que estás en mi cabeza: deja de dudar de la veracidad de este momento y vente sin más a disfrutarlo conmigo!

...

 ¡Y QUÉ GRAN VERDAD!

Parezco yo el humano tonto, tratando de descifrar los motivos o lo real o irreal de tan buenas sensaciones ¡Es felicidad y punto! Sin añadidos, sin definiciones, sin ponerle nombre a nada. El humano y yo, una playa repleta de comida gratis (ARENA, toda la que quieras y más, a velocidades que cortan el pelaje y sacan un ojo a cualquiera), con un mar deseoso de ser utilizado como terreno de juego... Y sin motivo alguno más allá de echarnos unas risas y unas batallas ficticias viendo anochecer juntos.

Jamás.

Jamás había el humano hecho algo así conmigo. Me ha llevado a mil lugares, incluso me ha dejado pasear a solas alguna que otra vez, lo he visto saborear miles de instantes inolvidables... Pero jamás me ha convertido en motivo u objetivo principal de su alegría.

Es decir: hoy no soy mero acompañante ¡SOY EL MOTIVO!

Y si yo soy protagonista significa irremediablemente... ¡Que él lo es!

Capitán de su destino, capitán de su dicha y de sus sentimientos. Dominante y dominado, calmo, vacío de toda querella o negatividad... Parte del karma y el nirvana, aprendiz pero maestro, con pasión y deseo, con afecto propio, ternura... ¡Feliz de conocerse y de haberse conocido!¡Feliz de encontrarse, feliz de encontrarnos!

Accedo pues a su petición de duelo, ¡BAILEMOS!

La verdad que para ser un canijo de mierda, el humano aguanta de pie mi primer embiste. Fullero, me ciega escupiéndome agua que tenía almacenada en la boca - esa técnica me suena a serendipia ;) - para acto seguido, con una llave y usando el peso de mi cuerpo, tirarnos hacia atrás y sumergimos en el mar. Le escucho una carcajada infantil bajo el medio salado y acuoso.

Reflotamos y le arreo un zarpazo que casi lo mareo. Le da igual, se mofa con una mueca lateral en los labios, los años de boxeo están ahí para servir de algo. No es fácil de noquear. Nunca se rinde.

Pasamos media hora o más ociosos, hasta que el cansancio comienza a hacer mella. Nos tumbamos boca arriba haciendo el muerto, flotando, mirando un cielo que comienza a oscurecerse.

Pensamos en meteoritos.

Lo miro mientras no se percata. Lo veo realmente tranquilo. Sé que ha tenido efectos rebote, pero parece estar controlando la situación como jamás controló nada. Tiene tesón y predisposición. Templanza, cosa rara en él. Tiene ganas, toma iniciativas, se lanza solito a miles de kilómetros de distancia.

Rema en la dirección adecuada.

- Joder, puto tigre, insisto, puedo escuchar todo lo que piensas. Simplemente atesora el momento, no me analices. No te analices.

- Vaya, mira el niñato que nos ha salido hoy subidito. A ver lo que te duran estas sanas convicciones.

- Creo que no hay marcha atrás, compañero. Esto es algo nuevo, pero demasiado goloso como para dejarlo escapar. Como para volver atrás.

- Pero tropezarás, amigo... No lo olvides. Esto es solo el principio.

- ¡Por supuesto! Pero tropezaré de otro modo. No es lo mismo tropezar desde un escalón en un bajo con jardín que hacerlo desde un precipicio fondeado por un río oscuro de lava y desesperación.

- Muy gráfico.

- Ya me conoces.

- Te voy re-conociendo.

- Me gusta ese concepto.

- Más me gusta a mi, pequeño. Más me gusta a mi.

Anochece. Pero sé que el humano no quiere irse. Así comience el frío a erizarnos la piel, quiere ver anochecer aquí. Manías de uno. Tampoco es que haya prisa. Nunca la hay para lo importante. Nadie lo espera. Y ya no desespera. Solo busca esa luna.

La misma luna, observada desde puntos diferentes del planeta.

Indomable sale cada noche, así lo quieras o no.

E incansables e insaciables nosotros la observamos, así ella lo quiera o no.

El baño me hace bien. Nos hace bien. Purga mi pelaje, sana cicatrices (no sin cierto picor), mejora la circulación. Es curativo. El humano está comenzando a cuidarse de verdad. De corazón. Con interés real. Que la salud, la que vemos y la que no, es parte de un todo en el cual cada pieza cuenta: el descanso, el deporte, la alimentación, el cuerpo, la mente, las emociones, los sentimientos...

Y por ello no puedo más que celebrar sus ganas de jugar conmigo.

Juguemos. Bailemos. Vivamos.

Que del norte al sur y del sur al norte, los kilómetros pueden ser milímetros.

Que los átomos permanecen conectados a distancias imposibles.

Y que la magia, si se quiere, puede ser tan real como una caricia en la espalda antes de dormir.

- Hoy estás que te sales eh gatito pardo, tío mira el jodido cielo y olvídate de todo por un rato.

- ¡Pero si tú no para de pensar en las mismas cosas que yo idiota!

- ¡Sí, pero no las verbalizo! Deja que fluya. Como la mecida suave, casi imperceptible, del manto cristalino que nos acoge. Ese nivel de frecuencias capaces de interconectar personas y almas.

- ¿Oye y esto es mar u océano niñato?

- Maldito felino no me rayes, no sé ni en qué lado nos estamos bañando. Es agua. Es de noche. Estamos solos. Hay estrellas. Hay luna. Desaparece el viento. Es el paraíso. Dis-frú-ta-lo.

- Vale, vale...

Y mientras el joven retornaba a fijar su mirada en las estrellas, yo no pude evitar volver a observar su rostro alegre y preguntarme...

¿De verdad eres tú? ¿Dónde te habías metido?

- En un lugar que jamás volveré a visitar, querido amigo. Ahora déjame divagar en silencio.

- Eso díselo al viento.

- Tú me entiendes, capullo.

- Cada vez mejor, humano.

... Cada vez mejor.

Noche casi cerrada. Nos aprieta el hambre. El mozuelo recuerda un lugar visitado no hace muchos meses donde sirven un secreto ibérico excelente. Nos dirigimos al sitio. Parece haber festividad en la ciudad. Hay mucho ambiente, música en la calle, pequeños puestos de chucherías y tiovivos, luces colgantes...

Llegamos al restaurante y una camarera muy agradable me ofende cuando le pregunta al chico "¿Mesa para uno?"

Recuerdo entonces que no soy visible. Le perdonaré la vida. POR ESTA VEZ.

El humano pide el mencionado secreto ibérico. Se/nos pone/mos las botas. Sabe a gloria. Tras acabar, se despide dejando propina, como de costumbre. Sonríe afable, aunque empieza a pesar el cansancio de haber trabajado sin dormir.

Hora de conducir. Nos encanta conducir. Nos encantan los viajes, programados o imprevistos. Lo improbable e impredecible ensancha el alma. Curiosidad, interés... Vida.

Resulta que de vuelta aparece una espesa niebla en la zona alta de la carretera, donde se sitúa el parque eólico. La imagen es digna de un sueño gris pero no amenazante. El humano se acuerda de Don Quijote y realiza un símil con su propia aventura personal:

"Y entre la niebla, aparecen molinos que en mi cruda locura llamaba gigantes, Sancho"

Y efectivamente, erróneamente los llamaba gigantes. En breve no serán más que pasado. Vagos recuerdos de una mala etapa que va llegando, por fin, a su fin. Minucias que quizá, duraron de más.

Coincide la escena con Bebe Rexha recitando los siguientes párrafos de la canción de Martin Garrix "In the Name of Love":

"Cuando haya locura, cuando haya veneno en tu cabeza"
"Cuando la tristeza te deje roto en tu cama"
"Te abrazaré en las profundidades de tu desesperación"
"Y todo ello lo haré en nombre del amor"

Coincide que vivimos ese tema en directo dos noches atrás. Coinciden tantas cosas, que parece que el universo confabula y poco a poco, todo cuadra. Y sin más... Volvemos con el estómago muy lleno y cargaditos de arena.


Y sin embargo... menos pesados.

Cuestión de conceptos.

Cuestión de ganas de ganar.

¡JUGUEMOS!

Entradas populares de este blog

Presentación